Crónica desde Ucrania

Los voluntarios del frente de Kupiansk

Un grupo de fuerzas especiales formado por docenas de jóvenes y no adscrito al Ejército ucraniano hostiga a diario a las tropas rusas en el frente

Los voluntarios del frente de Kupiansk

Marc Marginedas

Marc Marginedas

Una ametralladora pesada de fabricación rusa Kord 12,7 instalada en las ruinas de un edificio destruido y situado a menos de kilómetro y medio de un puesto de observación de las tropas rusas, constituye la última línea de defensa del Ejército ucraniano en este de la provincia de Járkov próximo a la localidad de Kupiansk. A primera vista, y considerando, no solo la cercanía de las fuerzas ocupantes, sino también la ausencia de cualquier muro protector, el lugar parece muy expuesto al fuego enemigo, intuición que se convierte en certeza cuando se observa, en uno de los extremos de la posición, un orificio rodeado de grafitis en la lengua de León Tolstoi donde pueden leerse lindezas tales como "aféitate la polla".

"Fue un impacto de artillería esta mañana", confirma uno de los dos soldados que montan guardia en esta fría mañana de ventisca y nieve en el noreste de Ucrania. Desde la retirada en desbandada de las tropas rusas del hub logístico de Izium y su región colindante en septiembre pasado, el frente bélico en esta región apenas se ha movido, pero la actividad militar prosigue en la forma de escaramuzas, con un grupo de Fuerzas Especiales llevando el grueso de las operaciones de hostigamiento.

Los integrantes de la unidad dividen su tiempo entre la posición avanzada, donde cuentan además con un refugio subterráneo en un sótano bien protegido a escasos metros y dotado de literas y calefacción, y descansan entre rotaciones en una casa unifamiliar situada ya en la seguridad del casco urbano de Kupìansk, a una quincena de kilómetros en dirección sur. Aquí, pasan el tiempo ejercitándose con mancuernaspesas y banquillos de gimnasio para mantenerse en buena forma física, alimentándose a base de borsch (sopa de remolacha) y alforfón, y poniendo a punto sus armas, todas ellas de fabricación rusa y abandonadas a su suerte por el Ejército ocupante cuando, a finales del verano, se retiró de este lugar prácticamente en desbandada.

Vladislav Leiner.

Vladislav Leiner. / MARC MARGINEDAS

"Trofeos de guerra"

"Todo lo que tenemos como armas son trofeos de guerra que abandonaron los rusos cuando se marcharon", explica Vladislav Leiner, un hombretón de apenas 26 años y dos metros de altura, mientras monta, orgulloso, una granada ante la misma cámara fotográfica. En los estantes del garaje es posible identificar desde munición para rifles semiautomáticos hasta lanzagranadas y armas antitanque, pasando por trípodes y otros accesorios militares. "Como norma, un Ejército debe destruir el armamento que no puede llevarse en su retirada para evitar que caiga en manos del enemigo, pero si (en septiembre) los rusos ni siquiera tuvieron tiempo para llevarse consigo a 200 de sus heridos, mucho menos margen debieron contar para recoger o destruir sus propias armas", continúa Vlad, diminutivo de Vladislav, tal y como lo conocen sus compañeros.

Vlad, al igual que sus colegas, prefiere la libertad que le concede formar parte de una unidad de voluntarios antes que integrarse plenamente en las filas del Ejército regular ucraniano, al que consideran como una estructura demasiado rígida y burocrática. Y todo ello, aunque le suponga alimentarse de comida donada por civiles y no cobrar un salario como los soldados regulares. "Nosotros no nos desplegamos donde nos ordenan, sino donde elegimos y creemos que somos más necesarios; una vez en el lugar, nos coordinamos con las fuerzas ucranianas allí desplegadas", continúa. Su destreza con las armas y su efectividad en el campo de batalla salta a la vista, debido al exhaustivo y exigente proceso de ingreso en la unidad.

Zonas ocupadas por Rusia en Ucrania.

Zonas ocupadas por Rusia en Ucrania.

Andrii, originario de la ocupada península de Crimea, prefiere no revelar su nombre verdadero por seguridad, y solo acepta fotografiarse de espaldas. Gracias a su fibrada y musculada silueta, es capaz de hacer decenas de flexiones en la improvisada sala deportiva con todo el equipo puesto, incluyendo el chaleco antibalas, y tiene la mitad del cuerpo cubierta de tatuajes. La suya, eso sí, es una labor rodeada de mitología en la historia mundial de los conflictos bélicos: es el francotirador del grupo.

En tiempos de paz, Andrii era tirador aficionado con una Remington XP-100, un arma de largo alcance y gran precisión de fabricación estadounidense. "Es como un kalashnikov", aclara. Ahora, con diferentes tipos de fusiles dependiendo de su misión, define su tarea como "observar al enemigo y ver lo que sucede", en la mayoría de los casos "en apoyo de la artillería", al tiempo que desprecia algunos de los mitos cinematográficos creados en torno a los tiradores de élite, como la historia del francotirador soviético Vassily Zaitsev en la película 'Enemigo al Acecho' durante la batalla de Stalingrado. "Es mucho más real la película 'El Francotirador'", de Clint Eastwood, subraya. Preguntado acerca del número de soldados enemigos que ha matado y del posible remordimiento que ello pudiera acarrearle en el futuro, simplemente se encoge de hombros: "No sé cuántos, creo que docenas; no, no siento nada, es quizás un mecanismo de protección".

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