Casas y cultivos perdidos

El drama de miles de desplazados internos en el Líbano: "Tememos que nos pase a nosotros lo que pasa en Gaza"

El 75% de la población del sur del país de los cedros ha sido forzada a abandonar sus casas y cultivos para salvar la vida, y muchos no saben si sus hogares siguen en pie

Farah con una de sus hijas, en un aula de la escuela donde se encuentran refugiadas.

Farah con una de sus hijas, en un aula de la escuela donde se encuentran refugiadas. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

Andrea López-Tomàs

Alumbrada por la luz que se cuela por el ventanal, Farah recuerda el verde de su tierra. "No sé qué ha pasado con mi casa, pero quiero volver, necesitamos volver", confiesa, mientras sujeta en brazos a una de sus cinco hijos. Junto a su familia, esta mujer menuda y risueña lleva semanas viviendo en un aula escolar de la ciudad de Tiro, a 25 kilómetros de su hogar. No es mucha distancia. Para ella, y su gente, es un mundo. Aquí, los niños corretean en libertad por un pasillo a oscuras antes de estallar en la enésima pelea. Son ya cuatro meses de éxodo. Entre las decenas de adultos refugiados en estas clases, aumentan las tensiones que los pequeños adoptan. "Veo los vídeos de lo que está ocurriendo en Gaza y no puedo evitar pensar en mis hijos, mi casa", lamenta. Ese hogar que añora, que idealiza, que tal vez ya no exista está en Beit Lif, una aldea fronteriza del sur del Líbano con Israel. Desde el pasado 8 de octubre, el verde de Beit Lif se ha teñido de metralla y escombros, y el azul de su cielo ha sido tomado por cohetes y drones. Ha desaparecido la vida y, con ella, los colores.

En árabe, Farah significa alegría. Y, pese a la oscuridad helada que la rodea, esta mujer hace honor a su nombre. Su calma pasa desapercibida en el caos de esta escuela. Ni ella ni su marido saben cuándo podrán volver. En los últimos cuatro meses, Farah se ha convertido en una de las 83.000 personas de las localidades fronterizas del Líbano con Israel que han tenido que abandonar sus hogares para salvar la vida. Los enfrentamientos entre la milicia Hizbulá y el Ejército israelí suman más de 200 muertos. Gran parte de ellos han sido combatientes. La mayoría de los desplazados internos, que ya son el 75% de la población del sur, se alojan con familiares en todo el país y otros están gastando sus ahorros para alquilar un lugar donde habitar. "Cuando empezó la guerra, los bombardeos eran tan intensos que los niños no podían soportar el ruido de los aviones", cuenta Farah a El Periódico de Cataluña, del grupo Prensa Ibérica. "Primero, alquilamos un apartamento pero no nos lo podíamos permitir, así que vinimos aquí", rememora. Ahora, esta familia de Beit Lif forma parte del 2% de desplazados instalados en refugios colectivos.

Pasillo de la escuela que sirve de refugio para libaneses del sur desplazados por el conflicto con Israel.

Pasillo de la escuela que sirve de refugio para libaneses del sur desplazados por el conflicto con Israel. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

"Paz y descanso"

Como muchas otras, esta escuela de formación profesional sigue en funcionamiento. Una sección de las aulas aún acoge clases, mientras que la otra está dedicada al refugio. En el patio, entre las mochilas llenas de libros, la ropa tendida de los desplazados trata de secarse pese al lluvioso invierno libanés. Pasan sus días sin hacer nada. "No hay trabajo", constata Mortada Mhanna, a cargo de la unidad de gestión de desastres de Tiro. "Lo que necesitan es dinero, trabajo para poder ganar algo de dinero, y paz", señala antes de ser interrumpido por enésima vez en la sala de operaciones de la gestión de la crisis. "Todos necesitamos paz y descanso", confiesa a EL PERIÓDICO, con el contorno de su mirada ennegrecido y visiblemente agotado. A su cargo, tiene más de 25.000 desplazados, sostenidos por decenas de organizaciones.

Pero, en un Líbano en debacle económica, esta emergencia humanitaria llega en el peor momento. Tras cuatro meses de guerra, el plan de emergencia del Gobierno está resultando totalmente ineficaz: no hay planes sistemáticos de evacuación ni ayudas ni alojamiento para sus desplazados. "Una guerra abierta como la de 2006 [entre Israel y Hizbulá] sería mucho mejor, porque nos facilitaría maneras de ayudar de verdad a estas personas", subraya Mhanna. "Como nuestro Estado no ha declarado la emergencia, todas las oenegés trabajan con nosotros como si fuera una situación normal y nos dan los mismos recursos que antes de la guerra", aclara, señalando que son completamente insuficientes. En cuatro meses de desplazamiento, sólo han podido entregar un mísero paquete de comida a estas familias. 

Aula en la que vive la familia Naher.

Aula en la que vive la familia Naher. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

Olvidados por el resto del país

Hizbulá, por su parte, ha dicho que compensará a los aldeanos directamente afectados por pérdidas materiales como la destrucción de casas, granjas y automóviles. Pero la gran mayoría de los desplazados en esta escuela de Tiro no saben si sus tierras han sido dañadas. Ni si sus hogares siguen en pie. Muy poca gente ha vuelto a ver qué ha ocurrido. "Es demasiado peligroso; siendo padre de familia, no me arriesgaría", afirma Malek Soueida, del pueblo de Dhayra, desplazado con su mujer y sus siete hijos. A este agricultor, le llegó la noticia por un vecino. "Dediqué 22 años de mi vida a construir mi casa y, en segundos, desapareció", dice, mientras muestra en su teléfono un vídeo de los escombros en los que se ha convertido su hogar. En segundos se desplomó todo. "Yo tenía una casa de 500 metros con tres plantas que compartía con mi hermano, y ahora ya no queda nada", lamenta, vestido con la misma ropa que llevaba el día de su partida acelerada. 

"En 2006, también tuvimos que irnos, pero esa guerra fue fácil, como conducir un coche, porque no había tanta destrucción", afirma Malek a este diario. Su vecina, Hanan, coincide: "Aquello fue diferente, porque sólo fueron 30 días, y ahora llevamos aquí cuatro meses". Ella desconoce si su casa sigue en pie. En las imágenes que se suceden por televisión, hay pueblos repetidamente asediados. Blida es uno de ellos. De esta aldea que roza la Línea Azul, son los Daher. "Nadie nos ayuda y no tenemos ningún ingreso porque llevamos cuatro meses sin trabajar", lamenta Naher, tras ofrecer una taza de té. Pero lo que más les preocupa es la educación de sus hijos. "Mi hijo tiene 11 años y si no estudia todo el material que le mandan por este grupo de WhatsApp, no pasará el siguiente curso; será otro año perdido", denuncia a este diario. Casi uno de cada cinco personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares son niños. Desde el 7 de octubre, han cerrado 52 escuelas, afectando a miles de estudiantes.

Un mapa de la zona afectada por los choques entre Israel e Hizbulá en el sur del Líbano, en el centro de gestión de la crisis de Tiro.

Un mapa de la zona afectada por los choques entre Israel e Hizbulá en el sur del Líbano, en el centro de gestión de la crisis de Tiro. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

La amplia mayoría de estos desplazados son agricultores y jornaleros. Este año no han podido recoger la cosecha de la aceituna y el tabaco que les permite vivir todo el año. "Hasta nuestros cultivos han sido destruidos así que nuestros recursos para vivir han desaparecido", lamenta Farah. Se sienten solos, abandonados a su suerte. "Hasta ahora nadie en el Líbano nos ha ayudado ni nos ha preguntado qué nos ha pasado, no le importamos a nadie", lamenta Malek, que produce el aceite de oliva que el resto del país, ese mismo que le ignora, consume. Pese a las constantes agresiones israelíes, Farah tiene claro que nunca dejaría su aldea para siempre. El recuerdo del verde de sus montañas la transporta lejos de esta escuela hacinada. De repente, un temor le cambia el rostro. "Tememos que nos pase a nosotros lo que está pasando en Gaza", afirma, agarrando bien fuerte a su hija.

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