Por favor ministra, déjalo. No necesito que cambies, como tú dices, la vida de las mujeres, en concreto la mía. No lo necesito, es más, me da horror tan sólo oírte. No necesito que me digas cómo tengo que educar a mis hijos. El sentido común me ha dejado dejarlos crecer como niños, sin adelantar etapas, permitiéndoles que se fueran planteando preguntas de forma natural, sin forzar, sin talleres para descubrir su sexualidad en un tiempo en el que sólo querían jugar y sentirse queridos por sus padres. Déjame, ya los educamos su padre y yo. Mira, sí hay algo que podrías cambiar, yo también quiero llevarme al trabajo a mi bebé. Como tú. Las currantes que no tienen tu sueldo debemos buscarnos una guardería que tenemos que pagar, en cambio tú, con tu cohorte de sueldazos podéis dedicaros a atender a tu niña en vez de ser más productivas. Por cierto ministra de igualdad, ¿por qué no la cuida el macho alfa? Tampoco te esfuerces en legislar sobre mis relaciones personales. Si tengo que decir «sí» antes, durante y al final. Desde la prehistoria nos hemos entendido sin necesidad de notario. Si educamos a nuestros hijos e hijas en el respeto, en la libertad, en el autodominio y en el amor, no haría falta nada más. Este medio no me permite alargarme, te diría tantas cosas… Lo resumo con una canción de mi querido Víctor Manuel: déjame en paz que no me quiero salvar, en el infierno no estoy tan mal. Saludos.