Si afirmara que las manifestaciones, descargas policiales y posteriores altercados que sucedieron la semana pasada tienen una relación directa con el final de la dictadura que de 1975 y la posterior Constitución de 1978 quizá podría resultar una exageración, pero nada más lejos de la realidad. Contemplé los últimos estertores de la dictadura con pantalones cortos y sin una imagen nítida de que estaba pasando. Solo los años, la experiencia y el interés por conocer la realidad en la que vivimos me ha permitido tener una visión desde la distancia de los últimos 40 años de historia. Una democracia heredada con una jefatura de Estado ‘designada’ solo permitió a la ciudadanía que en aquellos años superaba los 21 años poder dar su aprobación a una forma de Estado que sustancialmente era diferente al vigente tras la guerra civil.Los 40 años de democracia, sólida e indiscutible a ojos de aquellos partidos que han manejado el sistema durante estos años, han servido para engendrar una serie de generaciones con una visión más critica, que han contemplado atónitas como las bases de esa democracia se carcomían. Desde la posible corrupción de la misma Jefatura del Estado, pasando por partidos ‘padres de la Constitución’ que se han visto salpicados en muchos y variados casos de corrupción.Esta situación se ha visto acompañada de una situación económica que está convirtiendo a una gran cantidad de jóvenes en las personas mejor preparadas en décadas y con el futuro más negro, también en décadas. Y han salido a las calles a expresar sus descontento.La detención y encarcelamiento de Pablo Hasél solo ha sido la mecha que ha llevado a la gente a la calle. Y no hablo de los grupos violentos, sino de la gente, cada día más, que sale a la calle a protestar; la realidad es que hay muchas personas que se atreven a quejarse, arriesgándose a recibir golpes de la autoridad competente, dirigida por los mismos partidos políticos que aceptaron la constitución. Una constitución que ‘de facto’ resulta prácticamente imposible modificar, dado que estos mismos partidos políticos perderían su verdadero poder si permitieran que el pueblo pudiera decidir.