Estimada Mavi:

Observo con incredulidad la decisión de la Universidad de Valencia de interrumpir las actividades de cooperación académica con Rusia, así como el intercambio de estudiantes, lo que incluye la amable recomendación a los estudiantes rusos a volverse a su país. Una valiente respuesta a la guerra desatada en Ucrania, al parecer. Observo también incrédulo el silencio con el que nuestra muy progresista universidad ha validado, mediante la omisión, dicha medida.

   Los universitarios somos una comunidad que debería comprometerse con el saber, el intercambio de ideas y la discusión racional como forma de comprensión de la realidad. A menudo, especialmente en países dictatoriales, los universitarios son un pequeño reducto de libertad y de crítica que florece en contra de los caprichos del poder. Si, además, pertenecen al grupo de los hispanistas, se trata de investigadores que aprecian e incluso aman nuestra cultura. Y es contra este colectivo contra el que atenta la medida aprobada por tu universidad, que es también la mía.

   La cultura, especialmente la universal, se caracteriza porque supera fronteras, épocas y civilizaciones. Equiparar una cultura a un gobierno es un error comprensible en una masa inculta, pero es un pecado imperdonable en una élite intelectual, como debiera ser la que gobierna una universidad. Los españoles nos beneficiamos de dicha separación cuando, en tiempos de Franco, se invitaba a nuestros filólogos, filósofos o historiadores a impartir conferencias en universidades europeas y americanas a pesar de vivir en una dictadura. Se pensaba entonces que alentar la colaboración entre personas y departamentos era una forma de "mantener viva la llama" de la ciencia, en palabras de Max Planck. Pero ahora parecemos vivir en otros tiempos: supongo que nuestro actual Rectorado, en una tal tesitura, les habría recomendado a dichas universidades que se abstuvieran, no solo de invitar a profesorado español, sino también de consumir productos culturales como las obras de Lope, Cervantes, o Quevedo, por haber sido producidos en el país que gobernaba Franco. Así, desde 1939 a 1975, nadie habría leído el Quijote y se habría dado un brillante escarmiento al pueblo español por parte de las naciones democráticas.

 Hagamos el siguiente experimento: imagínate que, en el año 2003, se te hubiera invitado amablemente a retirarte de un congreso internacional por pertenecer a un país que se había enrolado, junto a Estados Unidos y a Gran Bretaña, en una guerra convocada al margen de la comunidad internacional. Imagínate que no valiera de nada que adujeras tu oposición a la guerra o tu postura ideológica contraria a la violencia; ni siquiera que aportaras pruebas de tus protestas frente a la sede del partido del gobierno para pedir la retirada de las tropas españolas. Imagínate que, acusada por tu carnet de identidad, fueras apartada de los foros científicos. ¿Te habría parecido una medida justa?

   Estimada Mavi, creo que a ti y a mí, como investigadores, la ciencia nos ha enseñado a ver el mundo en su complejidad. La medida que ha adoptado tu Rectorado es simplista. Si los científicos caemos en el simplismo, ¿quién nos salvará?