Tierra de conejos

Víctor Calvo Luna

Los romanos llamaron a Hispania «tierra de abundantes conejos». Ahora ya no quedan tantos, pero siguen presentes en nuestra dieta y en algunas historias personales. Me crié entre conejos y gallinas, alojados en un amplio cobertizo de madera y alambre, que mi padre construyó, y que mi madre cuidaba en la terraza de un quinto piso de vecinos (hoy parece inverosímil). A menudo entraba a jugar con ellos, y alguno sufría el descalabro de mi atrevimiento. Mi madre se enfadaba un poco, me regañaba con amor y me enseñaba a cuidarlos; y también a matarlos, sin dolor ni sufrimiento: con un golpe certero en la nuca. Yo la imitaba de buena gana, porque nada de lo que ella hacía podía ser malo. Con la distancia de los años, las pérdidas a las que nos obliga la vida, y esta celebración del nuevo año chino dedicado al conejo, los recuerdos brotan espontáneos y a traición, y me obligan a imaginar lo que hoy diría mi madre: «Hijo mío: ojalá sirva este año nuevo chino, dedicado al «conejo» como el símbolo de una nueva España; tierra hospitalaria, inclusiva y respetuosa con todas las personas, credos y culturas, sean de donde dios quiera. Es lo que pienso como migrante que he sido en mi propio país. ¿No te parece, hijo?». Y yo le diría, emocionado: «cuanta razón tienes, madre, yo pienso lo mismo»