Los bomberos, esperanza en acto

Arturo Torres García

Vivo en Italia desde hace cinco meses, pero me enteré del incendio quizás antes que alguna de las víctimas de los últimos pisos. En un grupo de whatsap compartieron un vídeo y al ver el edificio llamé mi amigo Vicent, casado y con dos hijos muy pequeños y que vive en el edificio adjunto del mismo bloque. Aunque no me cogió el teléfono, me envió un mensaje una hora más tarde diciéndome que ellos estaban bien y su familia estaba ya en casa de sus padres. Recé por las personas que se veían en los balcones, por los bomberos. No quise ver la tele pero seguí las noticias hasta ahora. Y ahora que se sabe que hay varios muertos y al muchos desaparecidos, entre ellos dos bebés, se plantea la eterna duda: ¿Por qué? La misma duda que con Ucrania y con Gaza, o en las minas ilegales de Venezuela donde ayer mismo quedaron sepultadas más de cien personas. Pero esta pregunta se presenta más insolente cuando la tragedia es junto a mi casa y en mi tierra. ¿Por qué personas inocentes deben encontrar un destino tan trágico? Algunos dicen que es por el poliuretano, el calor y el viento, y tienen razón. Otros buscarán culpables con o sin razón. Pero la pregunta que me hacía mi madre cada vez que ocurría algo así era ¿Por qué Dios lo permite? Y en el fondo, tenía una razón para preguntar así, porque ella confiaba y confía plenamente en Él. La respuesta no es ahora, porque ahora estamos tristes con los que están sufriendo esta desgracia. Querríamos estar al lado de ellos y decirles algo que dé sentido a este momento, algo que sea cierto y que les de esperanza.

Los bomberos, los que arriesgaron su vida para salvar otras vidas son un ejemplo de esperanza: muchos de ellos han acabado heridos y en el hospital y tocan la fibra interior de cualquier persona que sea capaz de amar, capaz de pensar. Esa cuerda rasgada nos recuerda que vale la pena darse a los demás, con fe o sin ella, la conciencia humana apela a una vida de entrega. Todos los que se han ido, incluso esa familia con dos niños cuyo final me parte por dentro, merecen que vivamos una vida con sentido, nos quedan unos años para aprender a vivir como los bomberos de ayer en Valencia. Podemos hacer algo por ellos: podemos trabajar bien, llevarnos mejor con los vecinos, rezar por ellos y sobre todo amar mejor a sus familias y a las nuestras. Aunque dudemos, serán testigos de nuestra dedicatoria. Toda actuación recta y generosa del hombre es esperanza en acto, un acto que se difunde y que podemos acoger. Aunque no entendamos por qué Dios permite estas cosas, podemos confiar en Él cuando sufre con nosotros y nos ofrece una vida eterna llena de alegría y sin desgracias, y nos ofrece un tiempo difícil pero valioso para imitarle como lo imitaron los bomberos en Valencia.