Semana sí, semana también, hay un rescate en los acantilados de la Marina Alta. Esta costa, esquivada durante décadas por todos excepto por el negocio urbanístico (los primeros chalés colgados de los acantilados se construyeron en los 70), se ha puesto en los últimos años de moda. En verano, los bañistas bajan a antiguas pesqueres como la del Sòl del Barranc a darse un chapuzón y llegar a nado a la Cova del Llop Marí, refugio hasta no hace tanto de una de las últimas focas monje del Mediterráneo. Y en invierno, pescadores y excursionistas inclinados al riesgo (o que simplemente se adentran en las sendas sin saber muy bien a dónde van) también se descuelgan por las redescubiertas pesqueres.

Quienes conocen a fondo el escarpado litoral del Poble Nou de Benitatxell y Xàbia, epicentro de un arte de pesca que practicaban los agricultores para llevar algo de dinero a casa (el campo no daba casi ni para comer), apuntan que debe ser cierta esa teoría genética de que los rasgos se saltan una generación. En la pesquera ocurre. Los jóvenes empiezan a cogerle afición a bajar, como hicieron sus abuelos, a la pesquera. Ahora, eso sí, les mueve más el instinto deportivo y la aventura; antes era pura supervivencia. Sus padres no quisieron saber nada de este mundo tan al límite.

Además, los nuevos turistas ya no se conforman con ver los acantilados desde un mirador. Quieren acercarse lo máximo posible, bajar por sendas quebradas, escalar los cortados (el psicobloc) y zambullirse en esta costa que, pese al urbanismo, aún conserva un aire salvaje.

Ese renovado interés por les pesqueres ha disparado los rescates. El pasado domingo los bomberos sacaron en helicóptero a un joven de 25 años que se accidentó en la pesquera de la Barra, próxima al Cap de la Nau. Hay tramos de este quebrado litoral que tienen un acceso más asequible, que no sencillo, como el de la pesquera del Sòl del Barranc (se baja por una trocha de escalones de hormigón). De las antiguas escaleras de madera y cuerdas, mejor no fiarse. Están deterioradas, cuando no podridas. Para bajar otra vez a la pesquera, resulta imprescindible conocer esta costa como la palma de la mano y llevar arneses y seguridad.