Xàbia aprende la lección a fuego. Quiere poner en blanco las conclusiones de sus días más negros, los del incendio que a principio de septiembre arrasó 812 hectáreas, de las que 689 eran forestales. El fuego penetró en las urbanizaciones y devastó 588 hectáreas de la montaña de utilidad pública de la Granadella, que ya ardió en el año 2000. La prioridad, claro está, era salvar las casas (más de un centenar sufrieron daños y algunas quedaron calcinadas). La Granadella, donde ya había crecido un bosque impenetrable de pinos, quedó devastada de punta a punta. El fuego murió en los acantilados.

Este paraje forma parte del LIC (Lugar de Interés Comunitario) de Penya-segats de la Marina. Es uno de los pocos tramos vírgenes del litoral valenciano. Ahora está carbonizado. Pero rebrota la vida. Ya asoman la coscoja y el brezo. Mientras, los palmitos echan hojas nuevas. Además, las valiosas orquídeas de la microrreserva de la Granadella se han salvado. Los ejemplares de Anacampits pyramidalis o Ophrys incubace habían acabado su ciclo biológico. Sus bulbos, enterrados en el suelo, han sobrevivido. Las llamas, en cambio, sí pueden haber afectado a endemismos como la Diplotaxis ibicensis y la Silene hifacensis.

Un incendio como éste es, sin duda, una oportunidad para aprender de los errores. Lo que más urge es poner a salvo a esos miles de residentes que se compraron su chalé pegado al bosque. Ahora ya no les hace tanta gracia vivir rodeados de pinos. Xàbia debe ponerse al día con el Patfor (Plan de Acción Territorial Foretal), que obliga a crear fajas de protección entre las casas y las masas forestales. Ninguna urbanización las tiene.

El fuego, por otra parte, ha hecho que emerja un paisaje que los pinos que brotaron a mansalva tras el siniestro de hace 16 años se tragaron. Ahora se ven los márgenes de piedra en seco (está técnica constructiva está en trámites de declararse Bien de Interés Cultural) y las antiguas terrazas de cultivo. Las raíces de los pinos han reventado algunos tramos de muros. Los abancalamientos son, según los expertos, un aliado a la hora de combatir la erosión y regenerar la Granadella. Consolidan las laderas de más pendiente, aquellas en la que los suelos (rojos y feraces, por lo general) pueden sufrir mayor degradación.

Los técnicos del CEAM (Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo) afirman que el fuego tuvo una incidencia más severa en las espesas pinadas que surgieron tras el incendio del 2000. Los pinos, en la Granadella, habían desplazado a las carrascas del bosque primigenio. Los expertos advierten de que donde había ullastres (acebuches u olivos silvestres), algarrobos y arbustos autóctonos como el lentisco las llamas avanzaron con dificultad y no fueron tan destructivas. Esas especies incluso salvaron pinos. Funcionan como una barrera natural contra los incendios.