El secretario autonómico de Turismo, Francesc Colomer, lo dijo bien. El riurau es «la sublime expresión» del territorio y el paisaje de la Marina Alta. El de Jesús Pobre se ha convertido en símbolo de la nueva ruralidad y de la sostenibilidad. Y allí, bajo su cubierta a dos aguas de cañizos, se dan cita los bodegueros más heterodoxos, los que se apartan del gran negocio del vino y buscan que sus caldos expresen también territorio y paisaje.

Treinta y tres bodegas han participado este año en la Mostra de Vins Singulars i de Poble. Mara Bañó, que es la presidenta de la Associació de Vins Singulars i de Poble de la Marina Alta, destacó ayer que los productores que han acudido este año al certamen (proceden de distintas comarcas vitivinícolas de España, así como Austria, Alemania y Portugal) trabajan nada menos que con 80 variedades de uva.

La jornada de ayer sirvió para que los hosteleros descubrieran esos vinos singulares y auténticos. Cada vez introducen más en sus cartas hallazgos enológicos. Al vino singular se le pide carácter, poso y relato.