La nueva invasión es la de las palomas. En la calle Marqués de Campo de Dénia, los camareros aconsejan a los clientes que pongan una servilleta de papel sobre los cacahuetes para evitar que las palomas los picoteen. En Moraira, en la pequeña albufera del Senillar, las palomas no hacen buenas migas con los patos. Los padres acuden con los niños a echar miguitas a los ánades y se forma un tremendo tropel. Las palomas se imponen. Se están adueñando de este humedal. Hace un par de años, el ayuntamiento ya tuvo que colocar trampas en las azoteas en Moraira para frenar la expansión de las colúmbidas. No tienen depredador Ahora los carteles informativos del Senillar están manchados de excrementos de paloma.

En Xàbia, en la cubierta de la iglesia gótica de Sant Bertomeu, también se colocan jaulas con comida para atrapar a estas aves.

Las palomas y las invasoras gaviotas patiamarillas, que han desplazado a las autóctonas de Audouin, se mueven a sus anchas en las zonas urbanas. Las gaviotas invaden los patios de los colegios al acabar el recreo. Se dan un festín con los restos de los bocadillos.

Mientras, las ardillas conquistan los parques de la Marina Alta y ya se las ve trepar en busca de comida incluso a las palmeras. Han cambiado la dieta. Esta especie desapareció de la Comunitat en los años 80. Se reintrodujo de forma artificial. Al tiempo, se puso de moda comprarlas como mascotas y muchas se escaparon (o sus dueños las abandonaron). Ahora no hace falta aguzar mucha la vista para verlas corretear por los parques y subirse a los árboles.

Además, biólogos consultados por este diario advirtieron de que el abandono de los cultivos es una de las causas de que los jabalíes y los tejones, especies salvajes y antes muy esquivas, irrumpan en urbanizaciones, zonas de chalés y carreteras (los jabalíes provocan numerosos accidentes). Los propietarios de estas viviendas afirman que incluso entran en sus parcelas y provocan daños. Los bancales cultivados ejercían una especie de barrera entre las montañas y las zonas habitadas. Pero ahora muchos de esos campos están repletos de matorrales y de pinos.

El caso es que entre las especies autóctonas que andan desorientadas y las nuevas (otra en expansión es la de las cotorras argentinas, que también son invasoras) crece la sensación de que la fauna se ha vuelto majareta. En realidad es el ser humano el que rompe los equilibrios.