«La Cucaracha». Sí, nombre de bicho para la terrible pandemia de gripe (bautizada también como «gripe española») que diezmó la población de todo el planeta en 1918 y que en España dejó al menos 260.000 muertos. Ahora, en plena epidemia del coronavirus, es también momento de abrir los libros de historia y rescatar qué ocurrió en la Dénia de comienzos del siglo XX. Lo ha hecho el arqueólogo y director del Museu de Dénia, Josep A. Gisbert. Y ha encontrado un acontecimiento notable: en el verano de 1918 llegó a la ciudad el gran pintor húngaro Segismundo de Nagy (1872-1932). El Mediterráneo le abrió los ojos. La luz entró a raudales en su hasta entonces pelín sombría obra.

Gisbert rememora que aquella Dénia fue la de «las gestas de algunos prohombres para situarla en el mapa europeo de lugares cuyos indicadores demostraban su valor como 'ciudad climática'». Niza, San Remo, Ajacció... Dénia. El primer turismo ya venía por el benigno clima y la fama de ciudad salutífera.

Declinaba el negocio de la pasa y surgían «los primeros balbuceos de la industria del juguete». Dénia también era puerto de partida de la emigración a Argelia. A los artistas les deslumbraba el costumbrismo. Pero la ruina de la pasa dejó mucha miseria. Y en ese contexto llegó «la cucaracha».

«En mayo y junio de 1918, golpeó Madrid y el centro de la península y, tras un verano intranquilo y de desasosiego, la muerte llegaría a Levante. La situación se agravaría en los meses de septiembre, octubre y noviembre», explica Gisbert.

Segismundo de Nagy había huido de la Gran Guerra (la primera Guerra Mundial) que asolaba Europa. Se refugió en España. Estuvo en Hondarribia, Pasaia, Toledo, Granada, Sevilla o Girona. Sus obras de ese momento son «de temática costumbrista y de tipos pintorescos», precisa el arqueólogo. En junio de 1918 colgó 74 cuadros en los salones del Teatro Real de Madrid. Antes de estallar la guerra había expuesto en la prestigiosa galería Georges Petit de París. Era un artista de mucho renombre.

Luego viajó a la costa Mediterránea. «En València encontraría la luz. Y, así, la luz sería protagonista esencial de un sinfín de cuadros de temática costumbrista y tipos pintorescos, que destacan entre una obra de temática más extensa, en donde los retratos, entre otros, eran básicos para la subsistencia de los artistas», subraya el arqueólogo de Dénia.

Gisbert descubrió hace cuatro meses que el pintor estuvo entonces en Dénia y dejó testimonio en varias de sus obras. Repasó durante un viaje a Madrid el registro fotográfico del Instituto de Patrimonio Cultural de España y halló fotografías en blanco y negro (no le hace justicia al «esplendoroso cromatismo») de obras de De Nagy fechadas en Dénia en 1918. El arqueólogo espera que algún día aparezca en una de las villas de Dénia una obra del artista húngaro inundada de toda la luminosidad que descubrió aquí.

Mientras, ha analizado la temática de «escenas costumbristas que retratan y reflejan las labores agrícolas». Plantea que pueden ser de la vendimia de la uva moscatel y de la labor de «estisorar» los racimos. Pero cree más probable que De Nagy inmortalizara la recolección de los higos, que luego se comercializaban para elaborar mermeladas e higos secos.

«Segismundo de Nagy, con el acecho de la epidemia en Levante, debió de dejar Dénia, quizás, días antes de que venciera el solsticio de verano. Dos meses intensos en los cuales el pintor introduciría la luz de Dénia en su obra», apunta el arqueólogo.

En 1920, volvió a exponer en Madrid. Los críticos se frotaban los ojos. Describían su paleta como «violenta y rebelde». Su estilo había cambiado. Producía una «cegadora impresión» y era «deslumbrantemente grato».

Gisbert relata que hace un par de meses un amigo le advirtió de que conocía una obra de De Nagy firmada y fechada en Dénia en 1918. Está dedicada al pintor y fotógrafo valenciano Vicente Gómez Novella (1871-1956). «Representa a una mujer envuelta en un nervioso cromatismo rojo», indica el investigador, que interpreta que es «una estampa costumbrista». «Sin duda, habría que situar la obra en la escena urbana de Dénia. Más vale una imagen que mil palabras. ¿Quién podría ser?, ¿cuál sería el porqué de su elección?, ¿por qué este tema a este destinatorio?».

Preguntas todavía sin respuesta. Pero lo que está claro es que sobre aquella Dénia agrícola del verano de 1918 que intentaba levantar cabeza tras la quiebra del comercio de la pasa ya se cernía la asechanza de la pandemia. El año de la maldita "cucaracha" la luz deslumbró y abrió los ojos al lúgubre artista que escapaba de otra catástrofe, la guerra.