Ir a la playa o a las calas se convierte en un «tour de force». Se suele aparcar lejos y luego hay que caminar un buen trecho cargado con todos los bártulos. Se suda la gota gorda antes del chapuzón (y después). Y el esfuerzo alcanza categoría de extremo cuando los bañistas buscan recodos apartados en los acantilados. Ese calvario que se veía hace unos años de turistas que se metían calzados con chanclas y cargados como mulas en la senda de la Cova Tallada (ahora el acceso está restringido y los vigilantes informan de que el camino es escarpado) lo sufren ahora quienes bajan a las antiguas «pesqueres» de Xàbia convertidas por efecto del turismo en calas.

La escarpada pesquera que se ha convertido por efecto del turismo en cala

Estos días de sofoco estos bañistas pasan las de Caín. Muchos no saben donde se meten. En el Sòl del Barranc, cerca de Ambolo, las escaleras de la senda están empinadísimas y bastante deterioradas. Han caído tramos de la barandilla de madera. Esta senda no está preparada para semejante avalancha de turistas. Bajan cargados con neveras e incluso con tablas de paddle surf. Más de uno se arrepiente. Antes y después de la refrescante zambullida, se dan una buena sofoquina. Y en el barranco por el que se baja y luego se sube no corre el aire y la sensación de bochorno es intensa.