Los efectos de los temporales de agua y viento que han azotado desde el Mediterráneo a nuestra costa en los últimos meses, han sido bien palpables en la desembocadura del Palancia. Un río, habitualmente seco, que durante este invierno hemos visto frecuentemente con un buen caudal de agua; algo a lo que no estábamos acostumbrados. Transcurridos muchos días desde el último temporal, los restos del "naufragio" seguían ahí: grandes cantidades de restos inorgánicos procedentes del mar (plásticos, envases, tableros, etc.); piedras vomitadas por el fuerte oleaje sobre el camino peatonal; cascotes del asfaltado de la antigua carretera levantados por la fuerza del agua; encharcamientos sin posibilidad de desagüe al mar; escombreras en la margen derecha; etcétera. Si el último temporal hubiera durado unos días más, puede ser que nos hubiéramos acordado de la situación vivida en 1957, cuando las aguas desbordaron el río, con peligro para la población.

La imagen desoladora que hemos podido contemplar nos remontaba a los tiempos de aquella carretera asfaltada que cada invierno era invadida de piedras por algún temporal e inutilizada para el tránsito rodado, y que cada primavera se volvía a restaurar a toda prisa, ante la inminente llegada del verano. Dinero público que cada año se invertía en un objetivo efímero; o dicho de otra manera, se tiraba a la basura.

Esa imagen era tanto más estremecedora cuando observábamos los numerosos restos de edificaciones que invaden el cauce y que permanecen abandonadas, esperando que la Administración pública competente se decida actuar. Sin olvidar los restos de lo que otrora fueron palmeras y que aún permanecen en la desembocadura.

La desembocadura del río Palancia necesita de un urgente plan global de actuación, que tenga en cuenta las consecuencias de los últimos temporales -y de los que vendrán-; que elimine todas las edificaciones que aún siguen en pie; que elimine la barrera artificial construida junto y paralela a la orilla, de tal manera que en caso de recibir mucho agua, pueda ésta fluir hacia el mar sin obstáculos que se lo impidan; que diseñe un espacio público para el disfrute ciudadano en armonía con la Naturaleza y sus fuerzas ocultas.

Sin olvidar la importancia de restaurar el ecosistema del litoral, no impermeabilizando el cauce, permitiendo que filtren adecuadamente los aluviones y no encharquen, generando nubes de mosquitos que luego se atacan con venenos cada vez más fuertes y a los que los insectos se hacen resistentes.

Y aquí viene el problema. Son demasiadas las Administraciones Públicas que confluyen en un mismo y pequeño territorio: los Ayuntamientos de Canet y Sagunto, la Generalitat Valenciana, la Confederación Hidrográfica del Júcar y el Ministerio de Fomento (Costas). Parafraseando el refranero español: "los unos por los otros y la casa sin barrer". Pero como diría Jordi Évole, "no es un problema de competencias sino de incompetencias". Sin duda. Pero confiemos que en esta ocasión no sea así y alguna autoridad de las que nos gobiernan dé un puñetazo sobre la mesa, reúna alrededor de ella a todas las Administraciones "incompetentes" y se pongan de acuerdo en una solución sostenible, respetuosa con la Naturaleza, para un futuro cada vez más incierto.