Con la harina, dos cucharadas de mantequilla, el anís, un pellizco de sal y dos cucharadas de miel se prepara una masa fina que no se pegue a las manos, y se deja reposar durante 15 minutos. Mientras, se hierve en un cazo el resto de la miel y tres cucharadas de agua durante 10 minutos.
A continuación, se estira la masa con el rodillo pastelero hasta dejarla muy fina y se corta en trozos ovalados, que se fríen en una sartén con aceite muy caliente y, cuando estén dorados, se retiran y se escurren; luego se bañan con la miel cocida y se espolvorean con azúcar glas.