No hay más remedio. Por la tarde, tenemos doble compromiso cultural„dos exposiciones„y antes de acercarnos a una de las varias caletas caribes de agua esmeralda que hay en la raya de Vinaròs, compramos pulpos, mòlleres (para freír), sepia sin limpiar, almejas de primera y cigalas. Nos aguarda un banquete familiar en El Petiquillo „lomas pinosas con el mar a la vista, no lejos de la Bassa del Bovalar„, animado con vinos de la Terra Alta y Montsant, tierras al norte del Sénia grapadas por la buena vecindad con las del sur. Playas de cantos: necesarias las zapatillas cangrejeras.

Benicarló forma un triángulo especial con Peñíscola y Vinaròs. Se equipara con la segunda en población y mira a la primera, el castillo, con orgullo, pues sobrepasó, con mucho, a la sede señorial, aunque los iberos del Puig de la Nau ya bebían en crátera jónica.

Benicarló es una cálida paradoja. Aquí el agua fue mucho más escasa que en l´ Horta pero, primero, estaban las norias de sangre y luego los motores de riego. Benicarló sabía cómo arrancarle a la tierra, roja y mollar, buenas cosechas de vino (hasta diecisiete millones de litros a finales del XIX) o, ahora, una magnífica alcachofa con denominación de origen.

Junto al ayuntamiento, en un paseo con palmeras aladas inmunes al picudo, un par de llauradors en bronce celebran la gloria de la flor escamosa. La filoxera acabó con el vino y cierto detective enológico ha buscado el carló por tierras argentinas, al parecer sin resultado, pero hay algún maquisard del vino empeñado entre aquellos terrones. Es una ciudad muy conservadora, pero igual de tolerante. Señoras de setenta años pasean en bicicleta por unas calles amables donde reina la calma y la cortesía. Aquí, hay calidad de vida. Se nota.

Benicarló está en parada biológica, pero pesca mucho porque tuvo licencias y privilegios para levantar muelles y armar flota. En general, cayó de pie en varios lances históricos. Es el punto más septentrional de la constelación fallera y aunque no sea tan industrial como Vinaròs, ni tan entregada al mar como ella (que hasta las machadianas escuelas nacionales son carne de escollera y ensueño), aunque tenga ese gusto ecléctico y sosegado, halló el modo de desarrollar el textil y el mueble, primero, y después la alquimia de los extractos y aromas.

Benicarló rinde homenaje al pintor Peiró Coronado en el convento de los franciscanos (también hay franciscanas), monjes que no superaron la prueba de la guerra y la desamortización y, así, el convento fue escuela, hospital, cuartel, almacén, cine, catequesis y ruina antes de resurgir. Como ha resurgido, merengada de sillares blancos, la iglesia de Sant Bartolomé. Dominios de Maestre (de Montesa) antes que sociedad civil, los esgrafiados del ayuntamiento imitan las columnas, salomónicas, del templo.