Calentando motores mentales para volver a la Toscana a despedir 2019 y empezar el año nuevo, me recomendaron «Los Médici: Señores de Florencia», un título tan descriptivo como el de otras ficciones de similar temática como «Los Borgia» o las centradas en las vidas de reyes y reinas como «Los Tudor», «Versalles», nuestra «Isabel» y «The Crown».

La primera temporada, 'El Poder de una familia', comienza con el gancho de Dustin Hoffman en la escena inicial, la de su asesinato, primera gran licencia dramática, inspirada en otra gran mentira, la de Amadeus. Salieri no mató a Mozart, pero es un gran recurso para atrapar al espectador. El actor aparece después en flashbacks que justifican el carácter y las acciones de su hijo Cosme ( Richard Madden, Robb Stark en «Juego de Tronos» y el guardaespaldas de «Bodyguard»). Amigo de Donatello, su gran empeño fue construir la cúpula de la catedral. Y aparece Brunelleschi.

El relevo en la segunda tanda de ocho episodios lo toma su nieto Lorenzo 'El Magnífico' ( Daniel Sharman), el de los libros de Historia del Arte, el gran mecenas del Renacimiento. Vemos a Sandro Botticelli suspirar por Simonetta Vespucci ( Sandra Lutz). El pintor se hizo enterrar a los pies de la tumba de su musa, fallecida a los 23 años por tuberculosis, pero en la ficción la joven comparte algo más que palabras con Juliano de Médici, relación no confirmada en las crónicas de la época. Lo que sí ocurrió es lo narrado en los dos últimos capítulos: el papa Sixto IV conspiró para asesinar a los Médici en un complot con el arzobispo de Pisa y el conde de Imola, aliados con el rey Ferrante de Nápoles y con Jacobo Pazzi, interpretado por Sean Bean en otro de sus papeles de supervillano, nada que ver con el del noble Ned Stark.

La tercera y última temporada se centra en las consecuencias de la muerte del hermano de Lorenzo, conocemos a Leonardo Da Vinci y hasta aquí puedo escribir porque todavía no la he terminado, pero lo haré. A pesar de que los personajes principales no calan como otros que nos han malacostumbrado -Madden no convence- y el paso del tiempo en ellos se hace notar con un cambio de peinado, un par de arrugas y unas canas, es una más que entretenida manera de conocer La Signoria y atisbar cómo funcionaban entonces las ciudades, de la misma manera que entrábamos en El Cabildo de la Sevilla del siglo XVI en «La Peste». La ambición de poder y la corrupción parecen ser una constante histórica.