"Hermano mayor" es uno de los formatos revelación de la temporada, más que consolidado a estas alturas. No se puede negar a Pedro

García Aguado sus esfuerzos denodados por acometer casos cada vez más difíciles, en ocasiones límite, proclives a tirar la toalla, como este último en donde una adolescente rebelde, Vanessa, había sido denunciada por su propia madre ante la imposibilidad de una mantener una convivencia medianamente pacífica.

Lo interesante del experimento de "Hermano mayor" consiste en comprobar hasta qué punto la presencia de las cámaras condiciona los comportamientos. Para bien, o también para mal. Hasta qué punto la presencia de las cámaras envalentona o teatraliza las situaciones, favorece las tensiones o invita a exagerar los clímax. Hasta qué punto está guionizado el asunto, en suma. Porque el devenir de los acontecimientos parece repetirse. La chica o el chico asilvestrado que duerme en su habitación, el coach que entra a despertarle (con el camarógrafo junto a la mismísima cabecera), los primeros intentos de terapia frustrados, los numeritos que monta el adolescente sobre todo a la hora de las comidas y cenas, los duros enfrentamientos verbales entre progenitores e hijos, la escena en la que se ve al 'hermano mayor' y al adolescente viendo en el portátil las imágenes de su pésima actuación, un juego de terapia familiar en donde todos sacan su coraje, y al inal, generalmente, las catarsis que se convierten en abrazos de reconciliación. El guionista Jordi Moltó supo trasladar todas estas situaciones con personajes de tercera edad en una parodia impagable de "Tonterías las justas". Ya se sabe que cuando un programa se convierte en motivo de parodia es porque ha calado hondo y ha logrado su esplendor. "Hermano mayor" da que hablar. Engancha. Atrapa. En ocasiones hasta duele. Es televisión viva y vibrante.