Tras más de dos decenios haciendo vino a base de pruebas, ensayos, éxitos y tropiezos, de años buenos y de años mejores, Pablo Calatayud, responsable de Celler del Roure, en Moixent, ha encontrado lo que no sabía que iba buscando. Porque en sus inicios los vinos tenían un perfil de uvas mucho más maduras, con gran extracto, muy estructurados. Y de manera paulatina ha ido tendiendo a vinos de cuerpo más ligero, dando mayor protagonismo a la fruta, hasta llegar al Safrà, el último tinto que acaba de dar a conocer. Está hecho con uvas menos maduras de lo que puede ser habitual en su zona, la Clariano de la DOP Valencia, con levaduras silvestres, sin contacto alguno con barrica o maderas de ningún tipo y ha tenido una crianza de 6 meses en antiguas tinajas de barro cocido. Junto a las modernas instalaciones enológicas de Celler del Roure se encuentra la «Bodega Fonda», una galería subterránea excavada hace más de trescientos años bajo un montículo de tierra que alberga 97 tinajas de capacidades comprendidas entre 600 y 2.800 litros. La suerte fue que se hubiese conservado en perfectas condiciones y que después de permanecer un siglo en el olvido Calatayud se atreviese a hacer vino a la manera de antaño. Primero lo intentó con uvas blancas de la cosecha de 2009 y salió Cullerot, al que siguieron los tintos Parotet y Vermell, todos con una gran aceptación por los consumidores. Esta es una gama que él define como vinos «antiguos», hechos con varietales autóctonas y con recipientes centenarios, y los distingue de sus «clásicos» Maduresa, Les Alcusses y Setze Gallets, en los que también hay varietales internacionales y crianzas en barricas de roble francés. En 2015 dio un paso más y rehabilitó uno de los cuatro «cups» de mortero y baldosas de barro, los antiguos lagares donde se pisaban las uvas y fermentaba el mosto, hasta que convertido en vino se trasegaba a las tinajas mencionadas. El Safrà de 2015 lleva una pequeña parte de Monastrell vinificada en blanco, prensada sin maceración, y de Garnacha Tintorera, junto con una parte principal de Mandó (85%), la casta autóctona que Calatayud rescató también en sus inicios y por la que ha apostado fuerte al plantar 30 hectáreas del total de 70 de viñedo que posee. La Mandó tiene poco color, es una varietal muy delicada y agradece que se la trate con mimo. Al contrario que otras varietales, vendimiada con 12 y con 14 grados da dos vinos diferentes y los dos están bien. El Safrà es de color rubí, brillante y abierto de capa. Tiene sutiles aromas florales, plantas aromáticas, cítricos y a frutillos rojos. En el paladar es fresco, con gran sensación de fruta crujiente, ligero, original, atractivo, franco y sin complicaciones. Un trabajo de artesanía enológica para conseguir un vino mediterráneo único y sorprendente.