Hubo un tiempo en que el viñedo se extendía desde las primeras tierras de la costa de Málaga hasta lo más escarpado de sus cumbres, llegando a ocupar una superficie de 120.000 hectáreas. Unos paisajes que describieron en sus narraciones e ilustraciones artistas y viajeros románticos durante los siglos XVIII y XIX. En sus escritos reflejaron situaciones sociales y políticas de cada momento, así como el impacto que produjeron sobre sus sensibilidades el aceite de oliva, los ajos y los vinos. Hacia 1878 también llegó la filoxera a estos parajes aniquilando las vides, una catástrofe que, después de sucesivas crisis del sector, ha reducido hasta nuestros días a poco más de 2.500 hectáreas el viñedo inscrito para producción de vino. Estas tierras las ha recorrido Victoria Ordóñez en busca del rastro de los antiguos vinos secos de Málaga que antaño fueron famosos a escala internacional. Aunque su formación es de doctora en medicina, Victoria ha vivido siempre en el mundo de los vinateros.

Su padre, José María Ordóñez, fue pionero en la distribución de alta gama a nivel estatal y en los últimos tiempos dejó su profesión para dedicarse a la dirección del grupo bodeguero de su hermano, Jorge Ordóñez, puesto del que se desvinculó en 2015 para desarrollar su propio proyecto. Para ello ha localizado pequeñas parcelas, difíciles de encontrar, con viñas de 30 y 100 años de edad, entre 800 y 1.000 metros de altitud y en pendientes hasta con el 76% de desnivel. Aisladas en su entorno el laboreo solo puede ser manual, su viticultura ancestral y acarrean la vendimia sobre mulas hasta un transporte refrigerado. En una pequeña bodega de apenas 600 metros cuadrados ha elaborado tres vinos cuya primera añada de 2015 vio la luz hace unos meses. Uno es «La Ola del Melillero», un coupage de Pedro Ximénez y Moscatel, parte del cual es fermentado en barrica. Sugerente, floral, complejo, seco, fresco y sedoso. Otro el «Monticara», monovarietal de Moscatel de la Alta Axarquía, fermentado en barrica, donde tuvo una crianza de 9 meses con sus lías. Un vino muy personal, intenso, floral, cítrico, seco, graso, con un peculiar final, fusión de torrefactos de la madera con amargores propios de la varietal. Y el «Voladeros», nombre con el que en su zona los paisanos se refieren a los cortados y precipicios de sus sierras. 979 botellas con las que Victoria rescata una tradición enológica desaparecida hace más de 200 años, un Pedro Ximénez de «los mejores pagos tardíos de Málaga», también fermentado en barrica y con 9 meses de crianza. De color pajizo, aroma sutil, floral, plantas aromáticas, recuerdos a hoja tierna de limonero y a especias. Paladar intenso, complejo, con volumen, sedoso, maravillosamente fresco y largo.