La historia de esta joven bodega comienza por el homicidio de la persona que se encargaba de la viticultura de las 10 hectáreas de Alberto Gómez, en Serradiel, aldea de Casas Ibáñez, en La Manchuela albaceteña. El fatal desenlace, a un mes de la vendimia de 2013, le obligó a tomar decisiones sobre la cosecha, que hasta entonces vendía a la cooperativa local. Un vecino le animó a vinificar y una bodega amiga le echó una mano para elaborar sus primeros vinos.

Entonces surge el inicio de un nuevo proyecto junto con Gregorio Gómez y Luis Barcia, inspirado en el signo matemático Aleph (?), que representa su pasión por hacer los infinitos vinos que pueden salir de un viñedo, de unas mismas cepas, de unas uvas fruto de cada año climático, que han de pasar por las manos que las han de elaborar, todo en su debido orden. Aquí entra el enólogo Francisco Bosco, también encargado de una viticultura en proceso a cultivo ecológico.

Además de elaborar en Manchuela y en Ávila, hacen tres blancos de Merseguera en la comarca valenciana de Los Serranos, en el entorno de Alpuente. Como el Gravas de Baldovar, procedente de una parcela a 910 metros de altitud en terreno de aluvión, de gravas de formación arenisca y de sílice del tamaño de un puño. Como otros de sus vinos, está hecho sin aditivos ni sulfitos, con una sanidad extrema para evitar volátil y el recuerdo asidrado presente en muchos de los llamados vinos naturales.

Gravas de Baldovar 2016 es de color dorado con reflejos verdosos y necesita un tiempo de aireación. Cuando se abre aparece la fruta de hueso, que recuerda las ciruelas amarillas, flor blanca, hoja de limonero, con gran evocación mineral. En boca tiene cuerpo, es untuoso, sabroso, equilibrado, con frescura. Un vino en el que la Merseguera alcanza nuevas cotas de calidad.