Los pasos nos llevan hasta la Cañada París, cerca de la majestuosa Villa de Alpuente, rodeada de viejas montañas que el viento del cierzo ha pulido en el tiempo con sus severos inviernos. Allí se encuentra uno de los yacimientos de icnitas de dinosaurio mejor preservados de la Comunitat Valenciana con las huellas petrificadas de hasta 50 cm de diámetro que dejó a su paso un enorme saurópodo y las características tridáctilas de un terópodo de talla media.

El mismo nombre de este importante enclave paleontológico lleva uno de los vinos que elaboran el empresario Juan Alegre y sus socios en la aldea de Baldovar, donde producen alrededor de 30.000 botellas con cada cosecha. Han llegado hasta allí en busca de viñedos que alcanzan los 1.200 metros de altitud, donde solo pueden fructificar unas pocas varietales, eso sí, siempre luchando contra las heladas tardías, los granizos y la sequía de este clima continental de montaña, que tanto marca cada añada.

En una pequeña nave donde se ubicaba la antigua cooperativa local hacen cuatro vinos, sin aditivos y con levaduras salvajes, entre los que están los tintos Berandía, hecho con Bobal; y Cerro Negro, de Mencía; el Rascaña, blanco brisado de Merseguera y Macabeo; y el Cañada París, un blanco monovarietal de Merseguera, una casta de vid que es protagonista en la zona vinícola del Alto Turia por su excelente adaptación a la dureza del clima de este ecosistema. Una parte del vino tiene una crianza de nueve meses en barrica, otra en ánfora de terracota y otra en acero inoxidable con sus lías.

El Cañada París 2018 es de color pajizo con reflejos dorados. Elegante nariz, con aroma que recuerda las almendras verdes, ciruelas amarillas frescas, miel de limonero, con toque mineral. En boca tiene buen ataque, es fresco, con cierta untuosidad, elegante amargor compensado por la sensación de bollería y tarta de limón, mineral y con largo final. La galanura de los blancos del Alto Turia.