El Vaticano está dispuesto a relanzar la confesión, según el director del Penitenciario Apostólico, debido a la carencia de sentido de culpa de sus fieles y un nulo sentido del pecado. Por eso, además, se ve obligado el Papa a aumentar el catálogo de los pecados, por si estuvieran faltos de ellos. Una contrariedad para Susi y Pedro, amigos míos de Mallorca, católicos fervientes, que en las mañanas del domingo disparan a los pájaros, se los comen fritos, y van después a misa y comulgan. Además, perezosos como son, se niegan a separar los detritus para su reciclaje y mezclan las pilas caducadas con las botellas vacías de ginebra y otros desperdicios, sin temor de Dios. Nunca Dios les había reprochado su falta de sensibilidad medioambiental, pero El Vaticano ha instalado en ellos la culpa por medio del nuevo catálogo de pecados y son más infelices desde anteayer por atentar contra el medio ambiente. En cambio, Tomás, que fue un colgado durante unos años para el que toda la cocaína era poca, tuvo un conflicto con Dios, todo el tiempo sintiéndose culpable y sin atreverse a confesarse por falta de arrepentimiento y, al descubrir que se anticipó inútilmente, que drogarse es oficialmente pecado sólo desde hace unos días, un poco cabreado, no sabe si volver a la droga para sentir de nuevo el gustirrinín del pecado o como protesta porque la penitencia llegue tan tarde.

Y mi párroco, que es director espiritual de doña Librada, y no sólo testigo sino beneficiario directo de que su feligresa haya ido acumulando riqueza sin escrúpulo, no sabe cómo decirle que ahora es pecado lo que antes no era. Doña Librada, mujer de mucho carácter, peregrinó a Roma hace un año y quedó fascinada por la manera en que El Vaticano ha ido acumulando riqueza durante siglos. Pero más atenta a esta tradición que al Evangelio, las joyas del Vaticano la estimularon a pasearse por las joyerías de Roma y llenó sus cofres de caprichos muy caros. El párroco se la imagina ya, enfurecida, porque ahora sea pecado lo que al parecer no lo era. Así que el propio párroco, que había retirado los confesionarios de su iglesia para que los devotos de san Judas Tadeo tuvieran más a mano el cepillo y no tropezaran, y que ante la poca clientela de penitentes confiesa a doña Librada en su casa, ha llamado al dueño del restaurante La mosca para que le devuelva el confesionario que le vendió y que adorna su negocio con un cabezudo dentro. De no llegar a un acuerdo con él, irá al rastro el domingo por si encuentra allí esa codiciada casetita que se disputan los decoradores. Alguna relación con lo mismo puede que tenga la convicción de Antonio Cañizares de que «España va al desastre», como ha contado a un periódico italiano en su edición de ayer. Con buen gusto confesaría Cañizares a Zapatero para escuchar de él palabras de arrepentimiento que cambien el rumbo de la España impía y poder dar la absolución a sus votantes si expresan propósito de la enmienda. Luego vendría la penitencia, pero para eso ha de consultar al nuevo inquisidor, García Gasco, que ese no se anda con chiquitas a la hora de abrir el infierno.