En cuanto la niña Disney Miley Cirus cerró el piquito, vimos algunos planos de críos enfebrecidos por la emoción de ver a su artista sobre el escenario Mundo del Rock in Río madrileño, La 2 pasó a otras fiebres más inquietantes en Crónicas que, Desde la barrera, nos asomó al mundo del toro, a esa ley que pende sobre el Parlamento catalán para abolir o no las corridas en esa comunidad. Llámenme pusilánime, cobardica, ñoño, incluso poco español. Pero no lo soporto. Ni lo entiendo. Por mucha literatura, datos económicos, rollito artístico, excusas con la tradición como rompeolas infranqueable, sólo veo una industria sangrienta y aterradora, un animal torturado ante un público de adultos que paga dinero para asistir a un espectáculo bárbaro y monstruoso. Dicho esto, una opinión más sumada a las anti taurinas, Crónicas trató de ser equidistante.

En lo periodístico es necesario. En lo moral, no. No caben equidistancias. Como no las caben con ETA ni con, por mucha diplomacia a la que ayer apelara Moratinos en Los desayunos de La 1, ese picadero atroz en que el Gobierno de Israel ha convertido Gaza, a los palestinos todos. Es indecente que las administraciones ayuden con dinero público esta barbarie nacional, y los 2.500 millones de euros que mueve esta insultante fiesta tampoco justifican que los verdugos se conviertan en víctimas perseguidas por los contrarios a ella. Chúpate esa. Las cifras son espeluznantes. De los 8.300 municipios que hay en España, 5.800 celebran fiestas con toros. En El silencio de los toreros, en Aída, la misma noche, escuché a Lorena, Ana María Ruiz, decirle a un torero, me he tragado todas tus corridas. ¿A qué corridas se referiría? Será ordinaria, pero bendita vulgaridad.