Hoy, la Universitat de València y la Universidad Politécnica, junto con el CSIC, pasan una auténtica prueba de fuego que también incumbe al conjunto de la Comunitat Valenciana. Un comité internacional de expertos convocado por el Ministerio de Educación decidirá si el llamado VLC/Campus merece finalmente la calificación de Campus de Excelencia Internacional. La propuesta se sustenta en tres pivotes —salud, sostenibilidad y tecnología— que suponen una firme apuesta de futuro. Esta propuesta es de gran calado, por los cambios que pone en marcha para conseguir transformarse en una plataforma internacional de investigación y desarrollo indispensable en los tiempos que corren.

El proyecto, lejos de constituir un episodio más o menos importante en el curso de la educación superior, excede ese marco estrictamente académico para convertirse en una respuesta nueva ante una demanda social y con el objetivo de contribuir a acelerar la diversificación del tejido económico valenciano como trampolín necesario para salir de la crisis. Además, se trata de la primera ocasión en que ambas instituciones se unen para tratar de despuntar juntas en investigación tras una historia plagada de durísimas disputas que en ocasiones han superado incluso el mero mundo educativo; se trata, por ello, de un hecho también extraordinario que quiere poner en valor la implicación de los centros en la trama urbana de la ciudad y, por lo tanto, su vitalidad.