La nueva directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, ha tenido que subirse el sueldo nada más entrar. Cada vez es más difícil ocupar su cargo y eso hay que pagarlo. La razón pública es que esa elevada suma le permitirá «mantener, en interés del FMI, un estilo de vida adecuado a su posición». Con un 11% menos, su antecesor, Dominique Strauss-Kahn, dormía en Nueva York en un hotel de 3.000 dólares la noche pero, según su abogado, el personal dejaba mucho que desear.

Otro antecesor, Rodrigo Rato, estaba tan desapasionado con el cargo que a los tres años de ocuparlo lo dejó por motivos personales. Ahora 381.508 euros netos al año, un 20 % más de lo que cobraba Rato, es una razón personal que te toca el orgullo.

Aunque se la insta a que siga los más elevados parámetros de conducta ética —integridad, imparcialidad y discreción y evitar incluso la apariencia de conducta impropia— Lagarde tiene que lograr una evaluación mejor que la de Rato (muy criticada por el propio FMI) y, si es posible —dado que este organismo está para asegurar la estabilidad del sistema financiero mundial— que no haya una crisis como la que estalló en tiempos del español.

La cantidad parece alta pero una vez se cobra, cunde poco y de ahí que Lagarde tenga que evitar conflictos de intereses, comunicar cualquier otro cargo y, por si fuera poco, participar «de vez en cuando en los programas de entrenamiento ético», o sea hacer cursillos de honradez.

El puesto de director gerente del FMI tiene que estar muy bien pagado ya que, según se utilice, puede llevarte a la cabeza del ranking de los infames como responsable de la ruina de países enteros, de millones de personas, y eso, de tener que hacerlo, lo mejor es que traiga cuenta, que sea caro, para que la dignidad de los arruinados no salga a céntimo.