Una escena real que se desarrolla hoy en una librería de éxito en Valencia. Junto a la caja, donde un experto asesor informa y cobra después a los clientes y en un lugar de privilegio que para sí quisieran Ken Follet o Carlos Ruiz Zafón, por citar a dos de los autores que más libros venden en el mundo, se encuentra un pequeño y modesto opúsculo de aspecto antiguo que muchos lectores creerán tan muerto y enterrado como las lámparas de carburo o los taxis de gasógeno: El Calendario Zaragozano. No hablaremos hoy de los fundamentos científicos ni de la fiabilidad de las predicciones que aparecen detalladas semana a semana, aunque pueden imaginarlos, sino de la demostrada capacidad de supervivencia de este calendario cuyo primer ejemplar se publicó en 1870 con el subtítulo de «El Firmamento» y cuyo autor, Mariano Castillo y Ocsiero tenía entonces 19 años. Probablemente se trate de un caso único en el mundo y seguro merecería algún estudio que contribuyera a desvelar las claves de éxito rotundo y sostenido en el tiempo, incluso en estos tiempos de internet y de superordenadores con los que se intenta modelizar el tiempo que hará dentro de unas semanas.

Probablemente, la única razón de la pervivencia del popular «Zaragozano» sea el interés que la meteorología sigue despertando entre los ciudadanos pese al abandono paulatino de actividades como la Agricultura, en la que todos buscaban imposibles certezas sobre el clima más próximo que condiciona las cosechas. Hace unas semanas se publicaba una encuesta que situaba a la información meteorológica como lo más seguida por quienes se sientan frente al televisor y los portales de internet que ofrecen esta información se encuentran entre los de mayor éxito en número de entradas. Parece que nuestro deseo de saber qué tiempo hará en el futuro no ha decaído nada, al menos en los últimos 171 años.