Los valencianos nos hemos tragado a pies juntillas durante la última década la proclama de nuestros máximos gobernantes de que somos los mejores. Pues no. Seguramente lo seremos en algo, pero así, dicho en general, que es como se repetía la cantinela para fortalecer nuestro ego, no. No lo somos en absoluto. La Generalitat está en quiebra técnica, con una deuda financiera de 24.000 millones de euros, con unos pagos aplazados por valor de más de 60.000 millones y con el drama de 600.000 valencianos que no tienen empleo. La capacidad del Consell para intervenir en la economía y lograr su reactivación con el objetivo de generar empleo es prácticamente nula. Además, con la presentación de los primeros Presupuestos Generales del Estado de la era Rajoy nos hemos dado de bruces con que el Gobierno no va a venir con sus inversiones a ocupar el papel que no puede ejercer el Gobierno autonómico.

La situación es crítica. Sólo basta comprobar el dramático dato de que la renta anual por habitante, o sea, el dinero que llega al bolsillo de cada valenciano, es nada menos que 2.688 euros menos que el de la media del resto de los españoles, con lo que ello supone de reducción de recursos y de desactivación del consumo y su nulo impacto sobre la necesaria reactivación económica. Ha llegado el momento, pues, de juntar sinergias para impulsarnos desde el fondo que hemos llegado a tocar. Las recientes críticas del empresariado valenciano, totalmente adocenado durante demasiados años, a la carencia de una política industrial por parte del Consell es un buen síntoma. Sólo reconociendo nuestros errores podemos comenzar a encontrar una solución a nuestros problemas, que son muchos y muy acuciantes.