Algunas playas valencianas han sufrido en las últimas semanas varios episodios de eclosión masiva de fitoplancton vinculados al exceso de carga orgánica en sus aguas. Las playas han sido cerradas durante horas en Cullera, Tavernes de la Valldigna y El Puig, provocando la natural alarma entre sus usuarios y generando un debate político inmediato y a veces poco maduro que esconde la verdadera magnitud del problema.

El impacto de estos episodios, que vienen repitiéndose desde hace años con relativa frecuencia en lugares como la bahía de Cullera, no solo es medioambiental, también es económico en la medida que afecta a uno de los motores principales de la economía valenciana: el turismo. Las molestias de una playa cerrada para quien disfruta de unos pocos días de vacaciones o la desagradable sensación y en ocasiones peligro por acumulación de toxinas que generan las manchas de fitoplancton, son el perfecto repelente de turistas.

Atribuir estos episodios a vertidos ocasionales de aguas fecales, aunque plausible, generalmente es sólo una forma de evitar profundizar en el problema. Pese a los avances en saneamiento y depuración de las últimas décadas, tramos enteros de la costa valenciana están sometidos a una deficiente depuración de sus aguas. Perviven sistemas de depuración claramente insuficientes, especialmente en verano, cuando se multiplica la población; emisarios submarinos mal diseñados y peor mantenidos cuya existencia resulta insultante en una comunidad que reclama el agua de otros territorios. Y existen también cientos de acequias que todavía vierten al mar aguas cargadas de nutrientes procedentes de los campos de cultivo.

Todo este cóctel, sumado a las elevadas temperaturas del agua en verano y a la escasa renovación de las aguas en las bahías, está detrás de las repetidas eclosiones de microalgas, según los expertos. La salud de las personas, del medioambiente y de la estratégica industria turística exigen sin duda una intervención decidida para erradicar de una vez esos episodios tan recurrentes.