Estos días varios asuntos han vuelto a poner sobre la mesa la libertad de expresión y sus límites, que también los hay. El caso de mayor resonancia es el del fundador de WikiLeaks, Julian Assange, acusado en Suecia de violación y molestias sexuales que al parecer tuvieron lugar en 2010 y que él niega. Detenido y puesto en libertad condicional en el Reino Unido hasta su extradición a Suecia, ha buscado asilo en la embajada de Ecuador cuyo presidente, Rafael Correa, no es ciertamente un paladín de la libertad de expresión y menos aún alguien que pueda dar lecciones a países como Reino Unido o Suecia. En principio los sistemas jurídicos de ambos países parecen suficientemente sólidos como para garantizar una adecuada defensa de sus derechos y por eso lo lógico sería que Assange aceptara ser juzgado en Estocolmo para limpiar su buen nombre si, como él afirma, es inocente.

Desde el balcón londinense de la embajada ecuatoriana, Assange se ha dirigido a la opinión pública acusando a los americanos de persecución política y de caza de brujas y, por ende, a británicos y a suecos de cómplices de esta conspiración para acabar llevándole ante un tribunal americano que podría condenarle sin las debidas garantías jurídicas. Son los inconvenientes de Guantánamo y de la pena capital que aún se aplica en los EEUU. Pero se trata de un juicio de intenciones pues aunque supongo que los americanos le tienen muchas ganas desde que estalló el escándalo de WikiLeaks, hasta ahora Washington no ha pedido su extradición a nadie.

Los ingleses han reaccionado torpemente amenazando con violar la inmunidad diplomática de la misión de Ecuador, que les guste o no, está protegida por el Convenio de Viena de 1961 que tienen obligación de respetar. Ahí se han equivocado y ello ha facilitado las muestras de solidaridad que Ecuador ha recibido de todos los países latinoamericanos, muy divididos entre sí y a los que fascina encontrar causas como esta o la de las Malvinas que les permiten proyectar gratis una imagen de unidad. Y si es cierto que el asilo diplomático está previsto para casos políticos y no para delitos comunes, Assange habla de persecución política y está en su derecho de hacerlo.

Por otra parte, la ley británica de 1987 €adoptada tras el asesinato de una policía por un disparo desde la embajada libia€ no parece aplicable a este caso. Pero los ingleses lo tienen fácil. Como Assange no tiene forma alguna de abandonar la embajada de Ecuador sin pisar suelo británico y ser inmediatamente detenido, lo único que tienen que hacer es dejarle dentro hasta que se canse. No sería la primera vez, que esto ocurre. Los soviéticos dejaron en 1956 al cardenal Mindszenty nada menos que 15 años disfrutando del asilo diplomático de la embajada de los EEUU en Budapest...

El caso del soldado Bradley Manning es muy diferente. Mártir para unos y traidor para otros, de personalidad atormentada y compleja, no se sabe muy bien los motivos que le impulsaron a robar centenares de miles de documentos a los que tenía la acceso por razón de su cargo y con cuya publicación a través de WikiLeaks puso primero en ridículo y luego en riesgo la seguridad americana así como las vidas de cooperantes afganos de la OTAN, como recordaba el Wall Street Journal. Los americanos no se andan con bromas en temas de seguridad y Manning lleva encerrado desde 2010 en prisiones militares a la espera de juicio que es de esperar se lleve a cabo en las próximas semanas con todas las garantías necesarias.

La Fiscalía ha renunciado a pedir para él la pena capital. Menos mal. Supongo que alegará en su descargo desequilibrio mental o motivos de conciencia pero lo va a tener crudo. De este juicio podría salir una orden de busca y captura para Assange como cómplice necesario...

Menos mediático que el de Assange, menos grave que el Manning, pero muy revelador sobre lo que pasa en Rusia, ha sido la reciente condena en Moscú a dos años de cárcel por gamberrismo a tres punkies del grupo Pussy Riot. Su condena reafirma que las Iglesias en general tienen poco sentido del humor y que al régimen ruso le queda mucho por recorrer en su camino hacia el respeto de la libertad de expresión, al margen del mejor o peor gusto de usar una catedral para exponer ideas pidiendo a la Virgen que se haga feminista y que eche a Putin.

Después de todo, otros hacen crítica política a diario desde los púlpitos y la propia proximidad entre la iglesia ortodoxa rusa y el Kremlin se presta a que pasen estas cosas. Estas chicas no deberían estar en la cárcel. Estos asuntos me animan a pedir a nuestras autoridades la puesta al día de nuestra Ley de Secretos Oficiales que es de 1968 -modificada en el 78- y que está muy necesitada de revisión tanto para adecuarla a la libertad de información como para evitar situaciones ridículas.