Rindiendo homenaje al féretro envuelto en la bandera de la II República, el Rey probablemente haya querido agradecerle a Santiago Carrillo el haberse prestado a hacer política con la Monarquía desde el mismo día en que se puso aquel peluquín y cruzó la frontera al encuentro de una nueva y prometedora etapa.

En cualquier caso, no será Don Juan Carlos el primero ni el último monárquico respetuoso con la tricolor. Igual que otros republicanos han convivido y conviven sin problemas bajo los símbolos borbónicos ¿No consistía en eso la reconciliación nacional por la que tanto dicen luchó el dirigente comunista fallecido? ¿No es la aceptación de los símbolos un síntoma de buena educación o al menos un signo de corrección política?

Teniendo en cuenta el grado de comprensión necrófila de este país habituado a blanquear cadáveres con generosidad, el respeto republicano del Rey ha quedado, creo yo, muy «ad hoc». A la altura de esa reconciliación tan pregonada pero jamás culminada por los hechos. No hay más hay que remitirse a a algunos episodios de la actualidad para poder comprobarlo.

En estas honras fúnebres nacionales de Santiago Carrillo no se puede echar en falta, desde luego, un exotismo institucional hacia el político pentito que supo aliarse con la causa democrática después de haber simpatizado desde sus orígenes con el totalitarismo, Después, por ejemplo, de haber mantenido excelentes relaciones con Ceaucescu, su amigo y anfitrión tantas veces en Bucarest, o de arrastrar las sombras de un pasado tenebroso acusado de ordenar los terribles crímenes de Paracuellos.

Si al juez Garzón, en su reciente pesquisa sobre las páginas más oscuras de la Guerra Civil, le hubiese guiado más el afán justiciero que el protagonismo sectario habría abierto una investigación particular sobre el personaje de claroscuros que despedimos con generoso ánimo necrófilo en un paisaje tan poco propicio a los logros emprendidos tras el franquismo.

La prueba de que la reconciliación no ha culminado está en que los servicios prestados por Carrillo a la Transición no han inclinado la balanza a su favor ante los españoles que piensan que, además de juzgarlo la Historia, tendría que haberlo hecho antes el Tribunal de La Haya.