Es muy dura la condición de filósofo. Comunicar a los tuyos el amor al saber se convierte en una salida del armario intelectual en toda regla. Háganse una simulación: la expresión «papá, estudiaré Medicina» va cargada de empaque intencional, rebosa bravura laboral. Por el contrario, «mamá, me matriculo en Filosofía» desprende extravagancia, anomalía, un drama familiar sin parangón. ¿Qué madre con sentido común no se aterrorizaría al saber que su hijo va por la vida de ser «pensante»? Sinceridad, amigos: cualquier tipo cuya meta existencial sea el pensamiento, o es un chalado o un gilipollas. En mi caso, ambas cosas, pero mejor no personalizar. Así que no parece tan claro eso de que «en la vida tiene que haber de todo»: artistas, poetas o filósofos, por ejemplo, desencajan en este mundo demasiado raro.

Pienso esto al sentarme en mi laboratorio sociológico, la terraza. Cuánta felicidad se concentra en la piscina: cachondeo, manoseos, risotadas, griterío€ El gentío ni piensa, ni levita, ni medita. Sensatez, amigos: el cerebro humano es simplísimo. La neurociencia está en Babia. Miren, si no, el prestigio de profesiones cuyo rasgo definitorio es el encefalograma plano: guardia civil o militar (con perdón), futbolista, banquero, ministro, torero€ Trabajos que se limitan a obedecer, sin más. Algunos psicólogos bienintencionados aconsejan desconectar en verano. Oigan, maestros de la mente, si la masa vive en perpetua desconexión e incluso muere desenchufada de la vida, ¿qué gaitas de descanso aconsejan entonces ustedes? Al revés, urge promover un estío encendido de luces, meditativo, introspectivo, capaz de recuperar energía para afrontar y enfrentarse al otoño. Si así fuera, otro gobierno cantaría. Pero ahí andamos, recortaditos, acojonados ante la que se avecina e incapaces de activar nuestra maltrecha mente. Y esto se percibe en el ambiente si uno es capaz de pensar. Basta observar, analizar, meditar, para apercibirse de la estulticia nacional.

El otro día presencié una escena abyecta. Como buen anarquista, acudí al banco para sacarle dinero. Un nutrido grupo de fervientes capitalistas vociferaban a causa de la pausa de media hora que se tomó la única empleada del infernal banco. Los energúmenos cargaron su ira contra la trabajadora: «¿Media hora para tomarse el café?», gritaba un feroz tipo feo; «¡Esto es África!», refunfuñaba una pija ante su madre no menos pija. Nadie reparó en que la joven se iba a almorzar, un derecho indigno de cualquier reprobación. Nadie fue capaz de criticar un gesto usurero como el del banco, situado en una localidad costera y con una sola trabajadora en pleno mes de agosto. Todos, como es usual, mearon fuera de tiesto. Todos sin clase, ni conciencia de clase alguna. Y en situaciones como esta, uno recuerda a Jung: «Pensar es difícil, es por eso que la mayoría de la gente prefiere juzgar». Pues eso: ¡Pensar es difícil!