Un chiste muy conocido. El mayordomo aconseja: «Señor marqués, no debería usted mearse en la piscina mientras se bañan sus invitados». «Todos lo hacen», contesta el interpelado. «Pero, señor, nadie se atrevería a hacerlo desde el trampolín».

Los chistes son con frecuencia una forma de expresarse de la sociedad que con ellos destaca por sorpresa una situación ridícula y absurda. En ocasiones el chiste es una manera de expresar una situación de debilidad, de impotencia para resolver una situación incómoda, de modo que el analizarla en forma de ridículo es una forma alternativa de liberación. Durante años, en España hemos contado en voz baja chistes poniendo en ridículo a las instituciones de la dictadura (de las dictaduras) como una solución catártica a la necesidad de superar situaciones de angustia. También han sido utilizados como instrumento de introducir intrigas para descalificar a oponentes políticos; recordemos „sea o no cierto„ lo que se decía con las historietas que ponían en ridículo a Fernando Morán, entonces ministro de Asuntos Exteriores y, al parecer, contrario a la entrada de España en la OTAN, inventadas y difundidas por personas del propio partido socialista que defendió la adhesión. Descalificaciones y bromas sobre la masculinidad de los diputados se contaban también en períodos de la actividad parlamentaria republicana.

Volviendo a la primera de las historietas y centrándonos en ella, lo que evidencia la broma es la falta de pudor de algunas personas para actuar frente a los demás. Se trata en la historieta de ridiculizar llevando la situación a extremos inverosímiles (¿o no?) a quien se siente por encima de los demás. El señor marqués está en su casa, ha invitado a quien ha querido y no duda en mostrar su desprecio, o todavía peor su indiferencia, a quienes considera simples comparsas para proporcionarle diversión. ¿Les suena? Seguramente existe hoy un tipo de clase social nueva que según las apariencias, se sitúa por encima de los ciudadanos de a pie. Cada vez se extiende más el clamor social que habla de desapego de la ciudadanía de su clase política aunque el desapego no es una causa sino un efecto del distanciamiento de ese colectivo de la población votante.

Si miramos a nuestro alrededor no resulta difícil encontrar a algún alto empleado del poder político (empleado pues, ya que los votantes le contrataron para un tiempo limitado a través de trámites democráticos) que muestra hacia sus electores el mismo trato de considerarlos solo comparsas de su diversión, súbditos al fin como pensaría el marqués. Ruedas de prensa digitales sin preguntas, y declaraciones que tienen más que nada una estética surrealista (finiquitos fantásticos, químicos pobres/registradores ricos, custodia de documentos evanescentes...). Da la impresión de que muchos de nuestros próceres se están meando desde el trampolín.

Quienes sufrimos esa lluvia, en general, no reímos el chiste. Algunos se comprometen y aseguran: ¡Yo no pienso votar a las próximas elecciones! ¡Todos son iguales! Y hay quien en una errónea interpretación de su fe democrática decide votar en blanco. Y las encuestas de opinión van desgranando unos pronósticos en los que el desencanto sustituye a lo que debería ser una rebelión pacífica para hacer desaparecer unos modos prepotentes de actuar en política que jamás previmos cuando llevábamos tantos años deseando llegar a unas elecciones democráticas.