Conviene hablar con gente sencilla de vez en cuando. Este fin de semana, en Planes, ante un arroz al horno, comento la situación con un viejo amigo, un maestro albañil en otro tiempo autónomo y hoy parado, aunque a veces lo llaman de aquí y de allá. Su mujer, angustiada ante el presente y el futuro, trabajó en la carpintería de la villa, una industria de puertas y ventanas que surtía a todo el Comtat, pero hoy cerrada, tras dejar sin trabajo a cerca de cincuenta vecinos. En medio de la conversación, con la socarronería del café licor en el cuerpo, escucho con sencillez: «Hay que cambiar. Estos ya sabemos lo que dan de sí». Este razonamiento lo han hecho millones de españoles. Lo han decidido porque ya no esperan nada de lo vigente. Se trata de una apuesta elemental, sencilla, sin riesgos. Usan el derecho democrático del voto como lo último que tienen. No pueden perder porque ya lo han perdido todo. Así que el argumento de que Podemos es una opción populista de riesgo no les afecta. Les da igual.

Este será uno de los veneros de votos que tendrá Podemos. Constituye la franja más humilde de la sociedad, la que ha padecido la crisis de forma más dura e intensa. Esta franja social ha identificado su opción como la de Podemos porque cree que sólo ahí su voto contará para algo. Pero no es el único venero. El segundo es el de todos aquéllos que han desesperado de que los partidos tradicionales nos tomen en serio como ciudadanos. Son los españoles que han hecho de fundar una buena representación política una cuestión incondicional. Aquí no reina la economía, sino la política. El malestar no es solo por la corrupción. Lo produce también la incompetencia, la chulería, el dontancredismo, la arrogancia, la superficialidad. Esta población se siente reivindicada cuando escucha decir a Íñigo Errejón que para ser político hay que estudiar, tomar notas y leer libros. Por eso, esta gente no se dejará engañar con denuncias de que Podemos en el fondo construirá una casta alternativa. Para generar una casta no basta organizar una representación política. Ambas cosas no son lo mismo. Sólo una representación adecuada impide la formación de oligarquías políticas. El debate no es representación sí o no, sino cómo tener tanta representación como sea necesaria con tanta reversibilidad de representantes como sea posible.

Garrigues Walker, que desde luego no es un cualquiera, ha dicho que los que han votado a Podemos no son unos ignorantes. Creo que tiene razón en todo caso. Lo que quieren estos otros votantes de Podemos es algo que han obstaculizado los partidos tradicionales: una democracia más intensa, depurada, selectiva, compleja, capaz de hacer de éste un pueblo más civil. Estos votantes saben que otros ciudadanos que optan por Podemos, como mi amigo albañil, no comparten sus prioridades. Aquéllos no se mueven por la dignidad política, sino por un sentido más primario, pero no menos intenso, de dignidad humana, en la medida en que ven su futuro comprometido en la materialidad de la subsistencia. No convendría ver estas dos reivindicaciones como contradictorias. Nadie que exija respeto en tanto ciudadano político deja de considerar que un sentido de solidaridad social le resulta necesario. Retóricas populistas, que son innegables en Podemos, acercan la formación a esta parte del electorado más desfavorecido, también culturalmente. Pero cualquiera puede ver que eso no es todo Podemos, y que los que reclaman una representación política adecuada, y esperan que Podemos la encarne y la imponga, saben que la forma populista clásica es contradictoria con esa aspiración de rigor democrático. Su creencia básica es que España es una sociedad demasiado compleja como para permitir las simplificaciones de las retóricas de un Chávez o de un Maduro. Los más hostiles a Podemos hacen mal en soñar que los hombres de Pablo Iglesias serán meros imitadores de los líderes latinoamericanos. Muchas veces han dicho de forma clara que su parecido fundamental consiste en que desean traer a sectores populares la esperanza, no que la forma de conquistarla sea la misma. Es compatible que sea mediante una democracia mejor.

Pero al margen de los que demandan una democracia eficaz (una aplicación radical de los moderados principios de la democracia) y de los que reclaman del Estado una política económica que los tenga en cuenta, Podemos tiene una base propia que estuvo en la militancia del 15M, que ya estaba al margen o a desgana en IU, que no se había desmovilizado en los tiempos del crecimiento pulsional, que soportó la presión social contra las ideologías de izquierda, supo leer que la agenda neoliberal subyacía a la burbuja, y que iba a dejarse sentir con inaudita intensidad en las privatizaciones de servicios públicos. Esa minoría creyó que había llegado el momento de que sus evidencias fueran compartidas por muchos ciudadanos que, con ingenuidad, se habían entregado a la impresión de que se vivía en el mejor de los mundos posibles. En los tiempos duros de esa militancia casi clandestina, estos hombres no perdieron el contacto con los sectores estudiantiles y, tras décadas de trabajo político, han logrado configurar una importante cohorte de seguidores convencidos. Sin duda, ahora no todos ellos lograrán puestos de protagonismo en Podemos, con los ajustes que eso implicará. Muchos añorarán las posiciones radicales e izquierdistas de entonces, mientras otros intentarán ajustar cuentas con los radicales de antaño, recordando las expresiones injustas que a veces se pronuncian en la semiclandestinidad de los movimientos minoritarios. Elorza y Palmero, uno en El País y otro en El Mundo, han entrado en este juego, más bien estéril, personalista y confuso. Estéril porque se basa en evidencias de experiencias propias, difícilmente asumibles por un observador imparcial. Personalista porque se dan importancia planteando algo así como un combate personal con los nuevos héroes políticos, revelando detalles y actitudes que hacen presumir una superioridad moral que nos deja perplejos. Confusa, porque traen a la opinión pública referencias muchas veces no documentadas, como hizo Palmero días atrás, al invocar conspiraciones en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense contra Gabriel Albiac en el año 2002. Llevo allí desde 2009 y soy amigo de Gabriel. Por él sé que hubo momentos inaceptablemente duros. Pero en mis años allí no he visto un clima como el que describe Palmero. El pasado también existe.

En verdad, nada de eso es relevante desde el punto de vista actual. Ahora estamos ante el hecho político de tres sectores de población que no se habían conectado hasta ahora. Uno se nutre de votantes que pudieron votar al PP o al PSOE en tiempos de la falsa bonanza; otro de votantes del PSOE, pero que le dieron la espalda por lo menos desde la última etapa de González, raíz de muchos de los males de este partido; y otros proceden de IU y de su izquierda, pero que desdeñaron siempre su sectarismo y su impenetrable arcano. Mi joven amigo Sebastián Martín dice que tanto el PSOE, como IU como Podemos son necesarios, pero que todos encierran peligros ineludibles. Yo estoy de acuerdo. Pero esto no es incompatible con el sencillo hecho de que hoy por hoy Podemos es el que puede mostrarse más integrador de estas tradiciones. Si Podemos hace uso del concepto de Hegemonía es sencillamente porque cree responder a los intereses políticos, sociales y económicos de esos grupos que hasta ahora estaban en la base de esas otras formaciones. Aunque comparto los reparos que se pueden tener a este concepto, creo que no resulta inverosímil que Podemos aspire a ser la fuerza mayoritaria de la izquierda. Hegemonía es una mayoría irreversible. Yo no la quiero. Pero cuando nos enteramos de que el PSOE acuerda en secreto con el PP la regeneración democrática, nos sentimos inquietos. Es lógico pensar que así no se puede competir con Podemos en ninguna de las expectativas en juego.