Impresionante la encuesta de Metroscopia del pasado domingo. Por fin, competencia política a la vista, sin que ganen con necesidad los trileros ni ventajistas. Llevamos años diciendo algunos que la cosa iba en serio. Ni caso. En el asunto del PP no son años. Es una década. Ni caso. Ahora por fin tendrán que enterarse, justo cuando ya es demasiado tarde. De todo lo que dice la referida encuesta lo más importante es que el electorado no está asustado ante la situación que se avecina. Al contrario. Lo que realmente asusta es que todo siga igual. Nadie quiso creer que se demandaba una democracia de mejor calidad. Ahora, los políticos de siempre no pueden darla ni ofrecerla. No de forma convincente. Por tanto, no nos engañemos. Según la exigencia de la gente, los únicos partidos que van a crecer son Podemos y Ciudadanos. Sólo ellos pueden canalizar este disgusto que, como hemos dicho aquí semana tras semana, tiene que ver con un verdadero progreso en la conciencia democrática española.

El PSOE tiene un margen escaso. Primero, porque perdió tiempo con Rubalcaba; segundo, porque se equivocó con Susana Díaz (la vemos vociferar como una descosida, pero no le hemos escuchado ni un argumento); tercero, fue a deshacerse de Pedro Sánchez tan pronto como éste comenzó a hacer propuestas audaces, sacando del armario a momias políticas como Bono y Zapatero; y cuarto, ha emprendido tarde la renovación de Madrid y además en solitario. Por lo general, lo que se hace en Madrid es relevante para medir el estado de la cuestión. Cambiar algo en Madrid y dejarlo todo como está en los demás sitios, eso es dejar las cosas a medias. Hoy, lo que en su día se vio como una operación catastróficamente aseada, el recambio lampedusiano de Susana Díaz, eso mismo, ya no se podría llevar adelante. En realidad, ya se ve que es un error de dimensiones tan garrafales como presentarse a las europeas sin cumplir un solo cambio. Hoy por hoy, el único que puede mantener la verosimilitud de un PSOE renovado sigue siendo Sánchez, a quien vimos hace unos días con propuestas arrojadas acerca de la transformación de la representación política. Pero la ciudadanía lo ve como la voz que clama en el desierto y que a lo sumo logrará entregar más carne a una organización que ya sólo puede vampirizar a sus carteles electorales, a Gabilondo incluido.

Pero todavía menor es el margen del PP. Hoy sabemos que el público no se ha dejado engañar. La ligera mejoría macroeconómica no se coloca en el haber del Gobierno. Apenas nadie hace responsable a Rajoy de esa progresión. Cuando la ciudadanía pide política y el Gobierno le contesta una y otra vez con una ración indigerible de economía, es que quien está al frente no se ha enterado. Eso podría funcionar si a uno le tocara el gordo. No es el caso. La escasa mejoría económica es invisible para la ciudadanía, mientras que el 60 % de aumento de beneficios de las empresas Ibex demuestra que la lógica del Gobierno se pone al servicio de las grandes corporaciones. ¡Si fuera al revés! Por el contrario, lo único claro es que esa mejoría de las grandes corporaciones se ha logrado con medidas dolorosas e infames dirigidas contra la ciudadanía y los intereses populares. Así las cosas, es lógico que la mayoría de la gente opine que la situación material de las familias españolas seguirá igual de mal o peor. Las familias que se benefician de las empresas del Ibex no pueden sostener una mayoría democrática.

Sin embargo, esto no es lo más grave. Lo peor de todo es que si la política económica del Gobierno ha sido mala, la gestión política es peor. Rajoy no ha podido humillar más a los candidatos del PP. La pregunta es: ¿cómo se puede demandar que el voto ciudadano vaya a líderes que han sido humillados y ninguneados hasta hacer el ridículo? Si lo que ha hecho Rajoy con los cabezas de lista del PP lo hiciera un político de gran prestigio y carisma, quizá le fuese perdonado. ¡Pero lo hace un político que es rechazado por el 70 % de la población! El espectáculo ha sido dantesco y se parece mucho a aquel cuadro de Brueghel de «Un ciego guiando a otros ciegos». Cualquier político con una mínima dignidad tendría que haber salido del juego o plantar cara a un jefe tan completamente incapaz de gobernar con un mínimo sentido de la democracia y del respeto a la ciudadanía. Pero ¿qué sentido de la vergüenza y del honor va a tener alguien como la señora Rita Barberá que se presentó de una manera intolerable ante su pueblo en su mejor fiesta; o el señor Fabra, que heredó el gobierno de un corrupto a quien no impidió que hiciera todo tipo de tejemanejes en la sombra? Han sido humillados y se muestran contentos. Espero que la ciudadanía no acepte votar en el fondo a subrogados de Rajoy. Finalmente, para algo sirvió el pasado debate sobre el estado de la nación: para mostrar los tics autoritarios de un gobernante que no es capaz de reconocer que un parlamentario está en el hemiciclo por la voluntad popular, y que él no puede, bajo ningún concepto, expresar que no venga más, salvo que esté dispuesto a violar esa voluntad.

Se mire como se mire, la única persona que queda con agallas en el PP es Esperanza Aguirre. Seguro que se pasó la mañana del domingo con un «relaxing cup of café» en su casa mientras analizaba la encuesta. Y seguro que no tuvo que tardar mucho tiempo para decidir que el político más desprestigiado de los que están en ejercicio no iba a quitarle a ella el control del PP de Madrid a cambio de su candidatura. Por mucho que haya sabido esperar de forma no muy gloriosa, finalmente le ha clavado el estoque en todo lo alto a Rajoy cuando le ha dicho que si es buena como candidata no puede abandonar el partido por la puerta de atrás. Veremos en qué queda esto, pero resulta evidente que a la señora Aguirre no se la puede tratar como a González, quien de forma patética y llorica ha comentado que el señor Rajoy se ha dejado presionar y vencer por una campaña periodística, cuando, si hubiera tenido agallas, hubiera dicho públicamente quién le consta que está detrás de esa campaña, quién ha sincronizado los tiempos y quién tenía la agenda de su nombramiento para, en efecto, alentar las noticias que hemos conocido las últimas dos semanas. Basta un detalle. Nunca un presidente de gobierno de la democracia española pudo elegir a todos los directores de los grandes diarios nacionales, uno tras otro. Eso no sólo hace más libres a los escritores de provincias. También hace más incapaces a los que están instalados en el poder para ver la realidad.

Esta encuesta también muestra las preferencias sobre pactos según los votantes de los partidos. Desde luego hay algunas cuestiones relevantes. La primera, es la casi igual disposición de los votantes de Ciudadanos a pactar con el PP o con el PSOE. La segunda, la asimétrica disposición de los votantes de Podemos y de Ciudadanos: mientras que un 68 % de los primeros pactaría con los segundos, sólo un 28 % de los segundos pactaría con los primeros. Esto es un aviso tanto para Ciudadanos como para Podemos. Para los primeros, porque deben preguntarse con claridad por el motivo del descenso en intención de voto. Creo que la única manera de que Podemos siga creciendo pasa, curiosamente, por cambiar el diagnóstico sobre su aspiración a la hegemonía. No estamos en sociedades como las que dibujara Gramsci, desde luego, pero tampoco estamos en sociedades como las que ha tipificado Laclau. En realidad, no tenemos tradiciones populistas como el peronismo o esa mezcla sui generis de bolivarismo y castrismo que forjó Chávez.

Estamos, pues, ante un problema conceptual central, que determina la forma del discurso estancada de Podemos. Si esa formación quiere ir más allá, tendrá que configurar ya un gobierno en la sombra perfectamente visible. Están ocurriendo cosas en educación, en dependencia, en sanidad, en economía, en defensa, en turismo, en agricultura, en medio ambiente (el problema del Ebro ha sido muy dramático), que Podemos debería articular una voz plural, reconocible y nítida capaz de marcar la agenda de cambios. Esto se ha olvidado en los últimos meses. Por lo demás, el PP no se debería hacer ilusiones acerca de que al final un gobierno de coalición con Ciudadanos lo salvará. Cuando los líderes de Ciudadanos lean la encuesta sólo pueden tomar un camino razonable: sobrepasar al PP. Lo tienen a la mano y basta con que crean lo evidente: que Rivera siempre quedará por encima de Rajoy, como Suárez siempre estuvo por encima de Fraga. Quizá esta iluminación es la que asaltó la mañana del domingo a Esperanza Aguirre. Y es lógico que quiera resistirse a la idea cada vez más verosímil. La revolutio española será devolver al PP a los porcentajes de AP. Entonces empezará la segunda transición.