Este invierno, coincidiendo con un acontecimiento festivo en una ciudad del interior de España, escuché una asombrosa predicción meteorológica en una emisora de radio local. No la anunció ningún meteorólogo ni llegaba desde la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), sino que la contaba, tal cual, un locutor que, ni corto ni perezoso, y después de entrevistar generosamente a uno de los organizadores del evento, profetizaba que en el día más señalado de las fiestas se alcanzarían temperaturas cercanas a los 20 ºC. En pleno invierno en una de las ciudades españolas famosas por sus fríos. Atónito, consulté el pronóstico oficial de Aemet para la fecha señalada y comprobé que lo que se esperaba, en realidad, y que luego se cumplió, era ambiente frío con temperaturas que no pasarían de 8 o 9 ºC en las horas centrales del día y viento del norte fuerte, es decir, una sensación térmica de las que invitan a quedarse en casa. Lo he recordado a propósito del mal tiempo que ha acompañado las últimas Fallas en la Comunitat Valenciana, donde la lluvia y el viento deslucieron los últimos días de la fiesta. Algunos empresarios del sector turístico se quejan, sobre todo en el norte de España, cuando el pronóstico falla. Están en su perfecto derecho, pero una cosa es eso y otra que alguien quiera o insinúe que de antemano las predicciones se disfracen para evitar la cancelación de reservas hoteleras por parte de clientes que no desean viajar cuando hace mal tiempo. Los pronósticos deben contar la verdad; la verdad de lo que se sabe en el momento de hacerlos, según lo que marcan los modelos predictivos y aunque lo que se espere sean chuzos de punta.