Quienes crean en los milagros, que sigan creyendo. Este aviso, que en el fondo vale para todos los partidos políticos, es útil sobre todo para el partido de Rajoy. Los milagros prenden con fuerza en la gente dominada por la pasión intensa del miedo. Quien confíe en el miedo, para que al final suceda el milagro, que siga confiando. Ya sabemos que la libertad nunca es absoluta, y que se conquista por grados. Pero usarla produce gusto y alegría y prepara para la próxima vez. Entonces habrá menos miedo. Así que lo peor de todo para el Gobierno Rajoy es que ya no puede hacer nada. Da igual que siga con los brazos cruzados, confiando en la economía y legislando contra un sentido moderno de la democracia. La suerte está echada y ya no hay tiempo para más. La noticia más interesante de la jornada electoral del domingo es que ahora alienta en España una ciudadanía fiable. No ha habido sorpresas, ni voto oculto, ni marranismo político. La gente ha dicho con antelación lo que iba a hacer y lo ha hecho. Han sido unas elecciones transparentes y han radiografiado la estructura política de España con claridad.

Esa fiabilidad ha permitido hacer pronósticos políticos a los que tienen la inteligencia suficiente para hacerlos. Si alguien ha clavado sus expectativas, ha sido Podemos. Su estrategia era muy arriesgada, pero al ponerla en marcha optó por la gradación, el paso a paso, la virtud más propia de la Ilustración y la pedagogía. Eso significaba confiar en la respuesta masiva de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz, Oviedo, Coruña. Es el concepto de brecha. No es acabar con el bipartidismo, desde luego, pero es algo así como romper su cohesión interna. Hagamos una radiografía electoral mínima: cuanto más pobre es la comunidad y cuanto más pequeña es la ciudad, mejor resiste el bipartidismo. Cuanto más grande es la ciudad, peor futuro tiene. ¿Se puede aspirar a gobernar España con esta lógica?

Creo que no. Bastaría añadir la consideración de la edad media del votante del PP. Si Podemos extrajera la lectura adecuada de la jornada electoral, esa brecha no dejaría de aumentar en el futuro. Colau y Carmena han llevado a cabo una gesta del municipalismo, el verdadero futuro deseable del cosmos político español. Y lo han hecho porque han configurado una formación política de nuevo cuño, que arremolinó a un equipo comprometido, unido, sin vínculo orgánico con Podemos, dispuesto a dotar a los ciudadanos del poder político, pero no de estructuras burocráticas siempre ansiosas de autoafirmación. La lección es clara: Podemos debe dotarse de la mínima maquinaria partidista posible, para incluir en las listas a los luchadores sociales más equilibrados y decididos, más reconocidos y comprometidos.

Esa es la clave del éxito de Compromís, tan merecido y justo. Allí donde el partido Podemos ha presentado a sus cargos orgánicos, no ha funcionado de forma tan exitosa. Si Compromís hubiera presentado a Morera habría pasado lo mismo. Podemos nació para ofrecer una plataforma visible y organizada al servicio de la gente que piensa y trabaja como ellos, no para forjar un partido de cuadros a la caza de puestos. Por eso la clave del nuevo gobierno valenciano ha de ser, necesariamente, el acuerdo básico de Compromís y Podemos. Sólo juntos deberían ir a hablar con Puig. Lo que sabemos de las elecciones es que esa tarea de organizar nuevos tipos de partidos es más necesaria ahora que nunca. Por mucho que no me crea demasiado la literatura sobre la hegemonía, no soy de esos despistados que dicen que la hegemonía no ha existido nunca. La grieta de la que habló Errejón significa algo: la hegemonía del bipartidismo está hoy más quebrada que la elección pasada. Y lo estará más en el futuro.

Respecto del PP, es muy mala noticia tener mayoría absoluta en Ceuta. Y sin embargo, los resultados han sido todavía suficientemente buenos porque emblemas locales muy importantes han mantenido unido el voto más allá de lo posible. Aguirre, Rudi, Barberá, Teófila Martínez, León de la Riva, Cospedal, Zoilo... todos estos políticos estaban en el poder y arrastraban todo el prestigio de la imbatibilidad. Ahora experimentarán cuánto de su prestigio se debía a su cómoda situación institucional y cuánto se debe a su coraje, a su preparación, a su personalidad. En suma, veremos si tienen carisma personal o todo es el carisma del cargo. Es probable que asuman la dura realidad, a saber, que la oposición hace pequeños. ¿Aguantarán en esa posición tan incómoda para su aparato psíquico y sus hábitos de mando? Es dudoso. En todo caso, no serán tan convincentes ni podrán mantener unido a su electorado hasta diciembre. Pero si son sustituidos por cualquiera de las caras que ayer los consolaban, esa gente menor crecida a su amparo, todos ellos especialistas en el silencioso y discreto arte de la obediencia muda, entonces es fácil predecir la debacle del PP cuando echen a hablar.

El PSOE lo tiene mejor, pero tampoco bien del todo. Desde el punto de vista electoral sabemos algo: el PSOE que se consolida es el peor y el mejor no logra imponerse. En estos momentos hay dos partidos, el de Sánchez y el de Díaz, porque hay dos cosmos sociales y políticos: Andalucía y el resto. Sánchez logró una gran hazaña al imponer a Gabilondo „una jugada facilitada por ser la única posible„ pero el escaño de última hora de Cristina Cifuentes ha dejado la operación muy mermada. Por el contrario, un hombre del más estricto aparato como Puig, alineado con Díaz y con el PSOE de rancio abolengo, puede salir reforzado. Dado el sentido federal de la política española, disponer de gobernantes en La Mancha, Extremadura, Asturias, Andalucía, Aragón, Valencia, por lo menos, es una tasa de visibilidad muy alta y eso mejora la expectativa del PSOE. Pero ahora es el momento de comprender que la agenda no la puede marcar Díaz, quien hacía un llamamiento al PP para que cumpla con su responsabilidad y le deje ser presidenta. Ese llamamiento, que es tan ridículo como el de Barberá a un pacto de Estado o el guiño de Aguirre a Carmona, es la tentación que, de sucumbir a ella, se llevará por delante al PSOE.

Comienza a ser perceptible que el interés por mantenerse corrupto en Andalucía, puede arrastrar al PSOE del resto de España a la insignificancia. Pues allí lo dejará quien presienta que Díaz prefiere el apoyo del PP „porque cubrirá sus vergüenzas„ al apoyo de Podemos porque le pide que depure a los responsables de los ERE, publique la lista de altos cargos y acabe con las demás estructuras prebendadas. Si eso se impone, Sánchez puede ir olvidándose de las generales, pues no tendrá un Gabilondo para maquillar sus cifras. Sin embargo, es posible que Díaz prefiera este escenario, si con él Sánchez acaba la función. Así que el coraje que ha demostrado Sánchez eliminando a Tomás Gómez, tiene que consumarlo en Madrid anunciando que ofrecerá un pacto a José Manuel López de Podemos, y presentará un programa de gobierno, al menos para obligar a Ciudadanos a votar a Cifuentes. Poner a Rivera ante la decisión de votar positivamente a un bloque del cambio o a un bloque de la continuidad es lo menos que puede hacer Sánchez, si quiere mantener el crédito de que va en serio contra el PP.

Porque él sabe lo suficiente como para darse cuenta de que cualquier acuerdo tácito o implícito con el PP será en beneficio de Susana Díaz.

Es importante saber el juego de Ciudadanos. Ha dicho que no piensa entrar en gobierno alguno. Pero eso no es suficiente. La cuestión es si hace del cambio político su valor fundamental o si quiere trabajar en el corto plazo y cobrarse los dividendos. Todo se va a medir en relación con esta decisión. Pero con estos resultados en la mano, no creo que tenga mucho interés en echar un salvavidas a un PP al que puede arrancarle todavía muchos votos con un programa reformista en las generales. Al menos no puede hacerlo antes de las elecciones generales. Por si alguien quiere saber de qué va el juego, que escuche de nuevo lo que decía su gente cuando recibió a Albert Rivera: el grito era «¡Presidente, presidente!». Todas las veces que le escuché hablar, Rivera dijo que tenía un proyecto de cambio para España. Si eso es así, no hay ninguna razón para que apoye a un partido como el de Rajoy, que ve un lío hasta en hablar con el ujier del Congreso de los Diputados. La intervención de Floriano en la noche del domingo, anunciando que el PP se apuntaba a la cultura política del pacto y del diálogo, es patética; si no fuera porque Floriano carece de la grandeza para merecer ese adjetivo.

En todo caso, los intereses profundos de los que procede Ciudadanos no pueden olvidar que tuvieron que organizar esa formación política porque el PP se mostró del todo incompetente para enderezar la situación de Cataluña. Esos mismos intereses saben que han dado la cara por España en solitario, mientras el PP se convertía en el partido del no, una actitud que ahora vemos propia de suicidas. Si Ciudadanos quiere una solución razonable para Cataluña necesita en Madrid alguien que esté dispuesto a dar pasos reformistas solventes que afecten a todo el dispositivo constitucional. Rajoy no lo es. Por eso, Ciudadanos tiene que ser creíble en su posicionamiento con el bloque del cambio. Salvando al PP, no hace sino cavar su propia insignificancia. A este respecto, debería preguntarse con sinceridad si sus resultados son los esperados. Yo creo que no. Y esta bajada de voto producida en la última semana, según creo, ha tenido lugar porque Podemos ha visualizado que es la mejor baza para asegurar el cambio. Algo sobre lo que Rivera deberá reflexionar.