no acude en ocasiones a la procesión (?) cívica (?) del 9 d'Octubre con verdadero disgusto, lamentando haber perdido la oportunidad de largarse con viento fresco unos días a cualquier otro lugar en el que la libertad de expresión no pase necesariamente por brotes esporádicos de cerrilismo. ¿Existe ese lugar y alguien está libre del sarpullido? Y es que se puede pensar una cosa o la contraria, pero el 9 d'Octubre parece haber sido copado por mucha gente con la que es difícil identificarse porque, en el legítimo uso de la libertad de expresión que a todos se nos reconoce, no hacen sino expresar con pitidos e insultos una visceralidad ausente de reflexión que ahuyenta la sensatez y a los sensatos. Tendrán que pasar muchas cosas y mucho tiempo para que uno pueda sentirse acogido en una concentración humana con tan alto grado de españolismo carpetovetónico y tanta extrema derecha descuevada. ¿Acaso es normal que alguien te berree en el cogote que «somos españoles, somos valencianos y nunca catalanes»? ¿Acaso es normal que una señora de la segunda edad le grite a Joan Ribó «hijo de puta vete a tu tierra»? ¿Acaso es normal que el alcalde desfile protegido o que en un acto de afirmación cívica sea necesaria la presencia masiva de las fuerzas antidisturbios? En fin: ¡es todo tan extraño!

Por si fuera poco el mar de fondo, bajo el amor cristiano de la carta pastoral que el arzobispo Cañizares dirige a los valencianos en su día, uno huele a odio y frentismo: parece que el pastor tomó partido por las ovejas blancas del rebaño. Tenemos suerte. Si hace unas semanas pedía a los fieles que rezaran por la «unidad», el viernes les pidió que lo hicieran por la «identidad». Le parece al cardenal que los valencianos tenemos la identidad «enferma» o «perdida» y pide plegarias por su pronta «recuperación». Los 100 días de gobierno de la izquierda le han debido de sentar fatal a la identidad.

Uno está «contento» si le toca la lotería, pero uno no está «orgulloso» de que le toque la lotería. Forzando la analogía, uno puede estar contento de ser valenciano, pero uno no está orgulloso de ser valenciano. El contento y la alegría es gratis, pero el orgullo hay que trabajarlo; la alegría es inmerecida, el orgullo responde al mérito. Así pues, uno está contento de ser valenciano (hablar una lengua, conocer una gente, habitar una tierra...) y, a veces, disgustado. Digo esto, un poco traído por los pelos, para teorizar sobre un sentimiento: el viernes, durante la procesión cívica, uno estaba disgustado con la actitud de muchos que estaban orgullosos de ser valencianos, según ponía la pegatina que llevaban prendida en el pecho.