La terrible escena del pequeño Omran saliendo ensangrentado de los escombros de un edificio bombardeado en la devastada ciudad siria de Alepo, en las que parece asumir impertérrito la realidad que le rodea, sin derramar ni una sola lágrima e intentando disimular la propia sangre de su cara, se ha convertido en viral e indiscutiblemente nos ha conmocionado a todos. Nuevamente los medios de comunicación se han convertido en esa voz silenciosa que pretende despertar la conciencia colectiva, en este caso, sobre el interminable e injusto conflicto que se vive en Siria ante la pasividad de la comunidad internacional.

Como denuncia Unicef, cerca de 8,4 millones de niños y niñas sirias están afectados por el conflicto, de los que 1 de cada 3 menores han nacido desde que comenzara la guerra en ese país, como es el caso de Omran, sin que hayan conocido otra cosa que la violencia, el miedo y los desplazamientos, como ha señalado en multitud de ocasiones Peter Salama, director regional para Oriente Próximo y el Norte de África de Unicef. En esa línea, este mismo jueves se ha hecho público el informe de Amnistía Internacional sobre las torturas y malos tratos generalizados que se viven en las prisiones sirias, con una violación continuada de los derechos humanos y donde se producen unos 300 fallecimientos al mes. De este modo, no cabe otra alternativa que recordar a todos los agentes implicados, pero especialmente Rusia y Estados Unidos, que presiden conjuntamente las conversaciones de paz, la responsabilidad internacional que tienen para poner freno a esta sinrazón.

Después de cinco años de conflicto en Siria, resulta casi imposible dibujar con claridad la delgada línea entre buenos y malos, pero sin embargo, las víctimas son fácilmente identificables y debemos seguir reclamando el fin de una guerra que está dejando sin futuro a toda una generación. Como hemos vuelto a ver en el caso de Omran, vivimos en una época de contrastes, donde somos capaces de concienciar y denunciar de una forma global con un sólo clic, pero olvidarnos con la misma rapidez de estas desgracias. Eso mismo sucedió en el caso de las niñas secuestradas por Boko Haram o el pequeño Aylan que se ahogó a la orilla de una playa en Turquía, algo que también tendría que hacernos reflexionar como sociedad.