La aprobación de la encíclica Rerum Novarum, en 1891, por el papa León XIII supuso un profundo replanteamiento de la relación de la Iglesia católica con el movimiento obrero y las democracias modernas. La búsqueda de un ideal de democracia cristiana otorgó una gran importancia a las relaciones de los altos cargos eclesiásticos con sus fieles. En este contexto debemos destacar la figura del cardenal valenciano Juan Benlloch Vivó, una de las personalidades más poderosas en el catolicismo español de su época.

Nacido en Valencia el 29 de diciembre de 1864, en una familia de tradición católica, empezó sus estudios en el seminario conciliar de Valencia en 1874. En 1887 ya había obtenido la licenciatura en Sagrada Teología y en 1890 la de Derecho Canónico. Su primer cargo sacerdotal lo desempeñó en 1888 como coadjutor de Almàssera, siendo nombrado a finales del mismo año beneficiado de la Iglesia parroquial. Para entonces ya había alcanzado el rango de profesor numerario del seminario de Valencia. Su carrera académica le otorgaría un gran nivel como orador dentro de la Iglesia católica.

El 9 de abril de 1900 fue nombrado dignidad de chantre de la catedral de Segovia, y poco después vicario capitular. Vicent Gascón, en su obra acerca de los principales prohombres valencianos contemporáneos, describe a Benlloch como un hombre que unía a su claro talento y a su sólida cultura, un don de gentes que le acompañó toda su vida, y que le ayudó mucho en su brillantísima carrera.

Tras un breve paso por Solsona, donde ejerció como administrador apostólico de esa diócesis, recaló en Urgell. Allí fue nombrado obispo el 11 de julio de 1907 demostrando, según la prensa de la época, que no limitó su labor a la parte religiosa, sino que, como Príncipe de Andorra, atendió a introducir grandes mejoras, y construyó carreteras, y abrió escuelas, e hizo obras, y creó instituciones de tal importancia, que el pontificado suyo se le juzga como uno de los más trascendentales en aquella diócesis.

De allí solo era cuestión de tiempo que llegara su nombramiento como cardenal. Su juventud le permitía preparar ese ascenso. Para ello no dudó en recurrir a la simbología histórica. Tras su paso por Urgell se le encomendó el arzobispado de Burgos en 1919, consiguiendo el traslado de los restos de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, de la capilla del ayuntamiento de Burgos a la catedral de la ciudad en unas solemnísimas fiestas a las que concurrieron los Reyes. En 1921, dos años después de este potente acto simbólico, se le otorgaba el capelo cardenalicio.

En un momento de fuerte auge del catalanismo político la obra del cardenal fue aprovechada por los medios de comunicación para resaltar la unidad de España. José Calabuig, director del Centro de Cultura Valenciana en Madrid, resaltaba de él su amor a la Patria con el más puro entusiasmo, con obras grandiosas, sacrificarse vivamente por ella en todos sus deseos, difundir por doquier la doctrina excelsa de Jesucristo, levantándose como un gigante en su defensa, así en el púlpito como en la tribuna (..); tal ha sido siempre la norma continuadora de Benlloch.

Buena parte de la información disponible sobre el cardenal Benlloch nos la ha proporcionado su cronista Adulfo Villanueva Gutiérrez. En septiembre de 1923, durante un viaje a Latinoamérica, tanto Benlloch como el resto de sus acompañantes, fueron informados del golpe militar de Primo de Rivera. Villanueva se hizo eco de la aprobación por parte de toda la expedición del golpe, debido a que tenía que suceder, no se podía más, se veía venir (€), y en el hilo de la madeja social hay nudos que no pueden desatarse, y hay que cortarlos; para eso está la espada.

Es frecuente encontrar en los diarios de la época numerosas referencias de Benlloch al Micalet o a la Virgen de los Desamparados, la coronación de la cual en 1923 le deparó momentos culminantes para su vida. También con el pensamiento de Teodoro Llorente tuvo una vinculación estrecha, destacando en el cardenal un regionalismo que nunca se opuso a la unidad de la Patria y que permitía amar a la región con toda la intensidad de un corazón vehemente y sin ninguna mengua para los lazos nacionales. Su labor divulgadora e intelectual se centró en las principales revistas clericales de España y en el Diccionario de Ciencias Eclesiásticas de Alonso Perujo.

Su muerte, el 14 de febrero de 1926, privó a la dictadura de Primo de Rivera de un destacado eclesiástico compatible con el catolicismo social o el regionalismo bien entendido del régimen. La mayoría de la prensa valenciana destacó su trato democrático, que le permitía descender hasta a los más humildes, y que le valió la popularidad de que gozaba en todas partes, especialmente en Valencia. José Álvarez Rodríguez, gobernador civil de Valencia, dirigió un telegrama a Primo de Rivera para que se dignase a aceptar y transmitir el Gobierno el testimonio más profundo del doloroso sentimiento que en todas las clases de la provincia ha producido el fallecimiento.

Junto a la campaña popular a favor de la devolución del cadáver a Valencia hay que citar las declaraciones del cardenal Federico Tedeschini, nuncio apostólico en Madrid, destacando la acción social del cardenal por la que tuvo no sólo solicitud de Pastor, sino espíritu de sacrificio. Los restos del cardenal Benlloch no llegaron a Valencia hasta el 3 de mayo de 1931, reposando desde entonces en la basílica de la Virgen de los Desamparados.