Puesto que sentenciaron (a muerte) que la filosofía no sirve para nada, veamos si podemos utilizar algún órgano del cadáver exquisito para algo. Por ejemplo: apliquemos algún principio al discurso fracasado de la fracasada investidura (quedó al desnudo) de Rajoy. El discurso tenía dos partes: una, en la que se exponían los hechos del pasado; y otra, en la que se proponían cosas para el futuro. A la primera parte deberíamos aplicarle el principio de verificación y, a la segunda, un apaño algo forzado del falsacionismo. Verificar un hecho (o la proposición que lo expresa) es contrastar con la experiencia su verdad, pero aportando la información necesaria del trasfondo. Si yo les digo que soy el segundo mejor alumno de mi grupo de italiano, estoy diciéndoles una verdad; pero ustedes deberían poseer cierta información de trasfondo: que en mi grupo de italiano sólo somos dos alumnos. Sin el trasfondo ustedes se quedarían con una idea equivocada.

Según esto, y si estoy en lo cierto (¡que vete tú a saber!), el relato que hace Rajoy de lo sucedido en su legislatura o es directamente falso o indirectamente equívoco.( Sin el trasfondo de la compra de deuda por el BCE o la bajada del precio del petróleo o del infierno que se vive en el Mediterráneo, por ejemplo, algunos méritos que Rajoy se atribuye como hechos objetivos son cuestionables). En la parte propositiva o segunda del discurso, aquella en la que promete mejorar el empleo, hacer más eficaz la administración, ocuparse de la corrupción, «proseguir» con el crecimiento económico..., podríamos aplicarle un sucedáneo forzado del principio de falsación. ¿Es posible imaginar una situación en la que otro candidato cualquiera dijera lo contrario? ¿Alguien podría prometer para conseguir nuestros votos empeorar el empleo, desentenderse de la corrupción, dificultar el desarrollo económico y etcétera?. Según esto, y si estoy en lo cierto (¡que yo qué sé!), la parte propositiva está vacía. (En la parte de propuestas vacías hay, además, un subgrupo de promesas que no dependen exclusivamente del candidato y que su genérica formulación no aclara el sentido: la reforma de la Constitución o del Senado, de la ley electoral, la reforma fiscal o la financiación autonómica, por ejemplo, o no dependen de exclusivamente de ellos o requieren concreción. Ya sé que no, pero reformar el Senado podría consistir en retapizar la sillería. Vacía vaguedad).

Estamos empeñados en que lo que importa es el qué y no el quién. Y no necesariamente es así. Si un adulto te invita a comer, te sientes invitado; si un niño de tres años te invita a comer, no. Las palabras tienen un sentido y un uso y, con frecuencia es mejor preguntarse por el uso que por el significado. Obviamente, el uso depende del quién y no del qué. ¿Y este rollo a santo de qué viene? Pues a santo de Bonig y de los empresarios. Cuando piden votos para Rajoy a cambio de financiación, dicen lo mismo, pero el uso y el quién hace que si lo dice Bonig sea un «chantaje» y si lo piden los empresarios una invitación al «acuerdo». El fin de Bonig es la investidura; el fin de los empresarios la financiación. No pregunten por el significado, sino por el uso.