Una pregunta importante, sí señor. Pero aunque los excesos de Donald Trump le conviertan en todo un paradigma del antipolítico, no podemos olvidar otras figuras como George Bush hijo, extrabajador del imperio petrolífero, o Ronald Reagan, actor de reparto. No es un tema nuevo, pues, que la nación más poderosa del planeta cuente con líderes mediocres o directamente opuestos a la tradición política.

¿Por qué ocurre esto? Por varios motivos que se retroalimentan. En primer lugar tenemos una simplificación muy básica y engañosa: si él ha conseguido triunfar, algo ciertamente difícil y deseable, puede lograr que nuestro país vuelva a reconstruirse y a liderar el mundo. No van a pensar que él es rico a costa de muchos empobrecidos, y que el capitalismo que él representa se basa precisamente en la concentración y no en la redistribución de la riqueza. Luego, la importante identificación: Trump es mas empático que Hillary Clinton para el estadounidense medio, que no se caracteriza precisamente por su interés cultural ni se siente atraído por los discursos políticos bien trabados. Es alguien cuyo lenguaje es como el de ellos y que responde a pulsiones muy primarias, populares podríamos decir; alguien contradictoriamente cercano, aunque pertenezca a la élite de los supermillonarios. Y por supuesto ha vendido muy bien la versión norteamericana del nacionalismo de siempre: «nosotros primero», «América no se negocia», «recuperar el sueño americano», «expulsar a los ilegales»... Pero por encima de todas estas características, la mejor de todas: es un maestro en el engaño dulce, que se funde con el deseo de autoengaño colectivo. En la actual política-espectáculo no gana el que dice las verdades, sino el que mejor comunica lo que la gente quiere oír. Que a la postre no sea verdad es algo secundario a la hora de diseñar la estrategia preelectoral. Luego ya se hará lo que se pueda.

Pero algo tendrá que hacer, que refleje el cúmulo de propuestas descabelladas y peligrosas que ha ido desgranando a lo largo de tantos discursos, celosamente grabados. Y lo que haga no va a beneficiar precisamente a la igualdad entre pobres y ricos, o a una cobertura sanitaria generalizada; ni va a contribuir a minimizar el cambio climático o a impulsar las necesarias energías renovables. No, a tenor de los primeros y esperables nombramientos, nos vamos a encontrar con el ala dura del conservadurismo norteamericano, que no va a dudar ni lo más mínimo a la hora de velar por sus intereses, que no son necesariamente ni siquiera los de la mayoría de los estadounidenses. Una vez más, democráticamente, la gente ha elegido lo peor. Nada nuevo, a la luz de la historia.