Las lluvias torrenciales y/o persistentes provocan diversos efectos en los paisajes agrarios. En el caso de los paisajes agrarios aterrazados, los bancales, son básicamente de dos tipos. Cuando la lluvia es torrencial y cae en un pequeño intervalo de tiempo provoca sobre todo lo que en valenciano viene a denominarse como «barrancs», es decir, a modo de los «verdaderos» barrancos o ríos secos, que surcan todo el espacio mediterráneo, los muretes de piedra o los taludes que separan los barrancos se ven truncados por incisiones, por grietas, que se llevan tierra fértil y que, en la medida de lo posible, deben ser reparados o, al menos, deben prepararse para próximos eventos. Para ello se rellenan de materias de todo tipo: en el mejor de los casos restos vegetales que puedan atrapar la tierra de una próxima avenida y, en el peor, todo tipo de escombros que una nueva lluvia enviará al bancal del vecino. Cuando las lluvias son más persistentes que intensas y tienen lugar sobre terrenos arcillosos, sin menoscabo de que también puedan producirse barrancos, son más habituales los deslizamientos, sulsides o solsides. En este caso los taludes se vienen abajo porque la tierra no puede absorber más agua y, por gravedad, caen al bancal vecino. A veces pueden ser de grandes dimensiones y afectar a zonas residenciales como en Benillup (Alicante) o a infraestructuras, básicamente carreteras. Todo el que planifica una obra pública en estos entornos los debe tener en cuenta y no siempre es así. Pero la mayoría de estos deslizamientos son «pequeños» y tienen lugar en los bancales y, en ese caso, al menos en teoría, el dueño del bancal de arriba debe intentar «recuperar» su tierra y volver a ponerla en el talud del que se desprendió. Si no lo hace, pasado un tiempo, el dueño del bancal inferior tiene derecho a esparcir la tierra en su propiedad porque, además, le puede estar obstaculizando el paso o ciertas tareas. Tanto los muretes de piedra seca como los árboles plantados en los taludes han intentado frenar en parte este proceso natural. Ese derecho consuetudinario antes citado es cada vez menos conocido y, sobre todo, menos practicado y ello repercute a gran escala en el hecho de que los grandes barrancos y cursos de agua lleven cada vez más agua y carga sólida en los procesos de avenidas que llegan a tierras del litoral. En una foto que tengo de 2004, después del temporal que entre noviembre y diciembre dejó entre 250 y 600 mm en algunas zonas de la Montaña de Alicante en más de 15 días, aparecen dos «ancianos» (mi padre y mi tío) con 82 y 73 años entonces, esparciendo un desprendimiento o solsida. Ayer mismo mi tío, con 94 años, estaba quitando otra después del temporal del mes pasado.