A principios de esta semana comenzó a correr el bulo o la exageración, como quieran, de que una enorme borrasca con características de huracán o incluso un exhuracán, el peor en treinta años, que de todo se ha dicho, avanzaba hacia Europa de forma irreparable con vientos sostenidos superiores a los 150 km/hora. No solo corrió en redes sociales, las principales cadenas de televisión nacionales lo dieron como algo cierto, irremediable, terrible, en parte al socaire de los temporales mediterráneos de los últimos meses y de los atlánticos más recientes, que daban verosimilitud a estas cosas. Parecía como si Trump nos estuviese mandando con su geoingeniería un castigo a los insumisos europeos. La borrasca en imagen de satélite era, para los aficionados, preciosa, espectacular, pero para la mayoría de nosotros, no parecía tener la evolución de futuro que le marcaban. Estaba bastante claro que el potente anticiclón térmico invernal, extendido desde Escandinavia a Rusia, con presiones superiores a los 1040 e incluso 1050 milibares, una barbaridad más bárbara que la baja presión que se le suponía a la borrasca en cuestión, iba a actuar de «primo de Zumosol», impidiendo que se acercará, no ya a Europa occidental o el Reino Unido, sino a la propia España. Eso sí, ese anticiclón ha sido capaz de detener ese acercamiento pero ha roto la potente borrasca y ha obligado a la parte meridional de la misma a colarse hacia el oeste de la Península Ibérica en forma de DANA y, desde allí, va a enviar numerosos frentes que, por su ubicación y por los vientos en superficie, va a ser capaz de dejar lluvia o mucha lluvia en algunos casos, pero menos viento y nieve que situaciones anteriores. Otra vez, más o menos, agua para todos. Esto es menos mediático que lo otro pero es cierto y efectivo. Por favor no lancemos alarmas infundadas que puedan restar credibilidad a futuros anuncios ciertos como los de las semanas anteriores.