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El giro «liberal-genovés» de Ciudadanos

Desde el momento en que Ciudadanos decidió dar el salto a la política nacional, han convivido en este partido dos almas diferenciadas. La primera, Ciutadans, el partido aparecido en 2006 en Cataluña, en respuesta a lo que parte del electorado y del entorno social del PSC percibía como excesos del nacionalismo catalán, cristalizados en el Estatut acordado por parte de los partidos catalanes, salvo el PP. Este partido, por su origen, sus principios ideológicos y su electorado, se ubicaba nítidamente en la socialdemocracia, por más que sus adversarios ideológicos (especialmente, en Cataluña) se dedicasen a tildarles de falangistas y similares lindezas.

La segunda alma, Ciudadanos, se forja en sucesivas incursiones de Albert Rivera en la política nacional, sobre todo mediante las elecciones europeas de 2009 y 2014. En estas últimas, Ciudadanos consigue dos eurodiputados, y en el cariz de los mismos (Javier Nart y Juan Carlos Girauta) ya puede adivinarse el devenir liberal-conservador del partido. Un devenir que se acelerará a principios de 2015, tras fracasar las negociaciones de coalición con UPyD y, sobre todo, tras el sorprendente crecimiento en las encuestas de Ciudadanos, de un mes para otro (hay quien diría que se trató de un crecimiento prefabricado), que ubica a este partido en el disparadero, donde sigue (si bien sigue, casi siempre, defraudando las expectativas que le otorgan la mayoría de los sondeos... salvo en Cataluña).

En el congreso de Ciudadanos del pasado fin de semana se aprobó dejar definitivamente de lado la socialdemocracia y centrarse en imprimirle al partido un giro «liberal». ¿En qué consiste, exactamente, dicho giro liberal? A decir verdad, es difícil decirlo. Ciudadanos ha pactado, tanto con el PSOE como con el PP, un largo rosario de medidas supuestamente regeneracionistas, pero cuyo contenido efectivo resulta a menudo muy difícil de identificar. Da la sensación de que dicho regeneracionismo se sustancia en buenas palabras que tanto PP como PSOE firman sin ningún problema (se trate de 50 medidas o de 500) porque como, total, tampoco habrá que llevarlas a la práctica, ni supondrá ningún problema decir que se asumen, pues a ejercer el regeneracionismo se ha dicho.

Pero el giro liberal sí que tiene una consecuencia clara en un aspecto: el hecho de que Ciudadanos se comporte, definitivamente, como marca blanca del Partido Popular, una crítica que se ha venido deslizando a los de Albert Rivera desde que decidieron dar el salto a la política nacional, y que explica, sin ir más lejos, la división en Ciudadanos en la Comunitat Valenciana, escindidos entre el ala representada por Carolina Punset y el portavoz parlamentario, Alexis Marí, y la facción mayoritaria, que cuenta con el apoyo de la dirección nacional, y que básicamente proviene de la órbita del PP. Una estructura que genera dos partidos políticos en uno: Ciutadans, en Cataluña, con una configuración mucho más sólida y trabada, con presencia social y un electorado proveniente del PSC; y Ciudadanos, en el resto de España, un partido de aluvión, como corresponde a una formación reciente, que además, digamos que no ha sido muy exigente a la hora de verles la matrícula a aquellos que (casi siempre desde el PP) se han acercado al partido.

Esta disyuntiva ha acabado por decantarse por la opción que Rivera denomina «liberal», que no es otra cosa que ubicarse en el espacio político que tradicionalmente ha ocupado el PP. No es sólo que Ciudadanos haya acabado dando su apoyo a la investidura de Mariano Rajoy por un plato de lentejas regeneracionistas, sino que la principal consecuencia del giro liberal ha sido que el PP reconozca en Ciudadanos un socio preferencial (¡y tanto!), y que Pablo Casado diga que Rivera es un gran líder. Cuando tu rival político, que compite contigo por el mismo espacio, te dice semejantes lindezas, es momento de echarse a temblar. Sobre todo, si tu rival es el PP, históricamente especializado en eliminar cualquier sombra de competencia en su amplio espacio político.

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