Ví, ayer empezó la primavera, pero para no resultar demasiado previsible, ya traté el tema con anterioridad. Para acrecentar el despiste, me voy por los cerros de Úbeda que, en versión atmosférica, es hablar, por ejemplo, del ozono. Si medimos la totalidad de la columna, la media planetaria apenas varía, quedando entre las 284 unidades Dobson (UD) en nuestro invierno y las 292´8 de la primavera. En el promedio anual, las mayores concentraciones se ubican en las latitudes altas y medias boreales, siempre por encima de las 310 UD, destacando Asia oriental entre los 45-60ºN que arrima las 400. Las concentraciones van disminuyendo a medida que nos adentramos en el Pacífico. Al sur de los 45ºN, los valores decrecen, aunque no tan marcadamente en Europa y Japón. Casi el resto del planeta queda por debajo de las 310 UD. La excepción la constituyen, por encima, las mismas latitudes 45-60º del hemisferio sur, pero limitadas a esa estrecha franja, que, curiosamente, excluye a Sudamérica; por debajo, la Antártida. Esta distribución anual esconde una pulsación estacional. Las concentraciones tienden a aumentar en las respectivas primaveras. Las elevadas concentraciones del hemisferio norte invernal contrastan con los bajos valores del verano austral. Esas altas concentraciones aún se hacen más generalizadas en nuestra primavera y es más marcado el contraste con las concentraciones australes, donde solo un pequeño sector supera las 310 UD. La llegada de nuestro verano iguala los valores entre hemisferios, nunca superando los máximos las 350 UD. La primavera austral disipa una parte importante de las altas concentraciones boreales, determina las mayores concentraciones australes y, curiosamente, se acompaña de los valores más bajos, 188 UD, en la Antártida.