un día como hoy, el 5 de junio de 1972, se iniciaba en Estocolmo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano. 46 años después de aquella primera Cumbre de la Tierra, en nuestra Aldea Global, resulta imperioso repreguntarse qué modelo de sociedad deseamos tener. Releer las palabras que pronunció en el discurso de bienvenida a los delegados de esa Conferencia, Olof Palme, entonces primer ministro de Suecia.

En este momento ya manifestaba que «la industrialización ha habituado al hombre a considerar que el incremento continuo de la producción es algo natural y bueno per se». Y añadía que «las chimeneas humeantes de las fábricas se convirtieron en símbolo del progreso humano». «Sin embargo», concluía, «recientemente se ha puesto de manifiesto que el progreso material, a menos que se planifique cuidadosamente, ha de pagarse con la contrapartida de un también continuado deterioro del medio ambiente humano».

En esos mismos años 70, Willy Brandt, como canciller de la República Federal de Alemania escribía en una carta dirigida a Palme en la que apuntaba: «en el futuro habrá que indicar claramente a la tecnología y a la economía que su principal misión consiste en servir a los seres humanos».

Hace ya muchos años en que el deseo de Brandt debía de haberse materializado, que las palabras de Palme tenían que haber recorrido transversalmente el desarrollo de nuestros países. Y sin embargo no ha sido así o no enteramente así.

Porque fomentar una expansión industrial que socave la salud de trabajadores y vecinos no es un avance, es un retroceso. Impulsar una producción y un consumo que intensifiquen las desigualdades económicas y sociales entre ciudadanos no es un avance, sino también un retroceso. Pretender un crecimiento económico que al traspasar sus costes a las generaciones siguientes coarte su futuro, tampoco es un avance sino que vuelve a ser un retroceso.

Por eso, personalmente me siento orgulloso de pertenecer a esta tradición reformista y que apuesta por un auténtico desarrollo, es decir, sostenible en todas sus facetas. Por trabajar por impulsar un avance económico ligado al progreso humano.

Desde esa perspectiva, como muchos más, contemplo con ilusión y esperanza el nuevo Gobierno de España que inicia estos días su andadura. Porque tras una crisis deficientemente resuelta en lo económico y aún no cicatrizada en lo social, la dinámica económica impulsada por el anterior Gobierno del PP ha estado de nuevo encaminándose hacia una mayor insostenibilidad ambiental.

Las cifras provisionales del pasado año que sitúan el incremento del PIB en torno al 3% y las emisiones que provocan el cambio climático próximas al 4,5% muestran fehacientemente que no se ha desvinculado el crecimiento económico del deterioro ecológico -en la línea que ya propugnaban Palme y Brandt-. Que no se ha avanzado en la descarbonización de la economía de conformidad con el objetivo europeo de disminuir las emisiones en un 80% en el horizonte de 2050.

Necesitamos urgentemente invertir esta deriva insostenible y desde la Comunidad Valenciana -teniendo en cuenta, claro está, nuestras posibilidades y límites- vamos a contribuir a realizar esa transición verde. Ahora el nuevo Gobierno tiene que acompañarnos en este camino hacia un avance que no se puede construir en base a retrocesos futuros.