«Oh clar país que ara et volen obscur

homes obscurs de tenebrosa lletra

i el fan funest amb baralles i plets». Vicent Andrés Estellés (´Manual de Conformitats´, 1977)

Las circunstancias han entrecruzado los inicios de tres gobiernos y una televisión, que condicionan y conformarán la realidad del País Valenciano. El euroescéptico gobierno italiano de Giuseppe Conte -en comandita con Matteo Salvini-, el gobierno español del socialdemócrata Pedro Sánchez, y el Govern soberanista de Quim Torra. Las tensiones entre el ejecutivo de la tercera potencia económica europea y el eje franco-alemán de Angela Merkel y Emmanuel Macron nos han llevado a recibir y hospedar a los refugiados estibados en la nave Aquarius. València, con la iniciativa del alcalde Joan Ribó, se ha convertido en puerto de arribada para más de seiscientos náufragos. La Comunitat Valenciana se posiciona en el mundo. Catalunya, absorta, pierde iniciativa mediterránea.

Comunicar. Comunicar bien es de sabios. La otra cara de la moneda ha evidenciado que la televisión autonómica À Punt, dirigida por Empar Marco y recién estrenada, no tuvo lo que hay que tener para atender y amplificar desde el puerto de València un acontecimiento singular. Suspenso en el quehacer de la Secretaría Autonómica de Comunicación, responsabilidad de José María Vidal y Marta Hortelano. Menos premios extemporáneos de la Generalitat, cuando lo que necesita la realidad valenciana es visibilidad. ¿Alguien sabe lo que pasó con la centenaria Asociación de la Prensa Valenciana que perdió todo su patrimonio -quiebra de mil millones de pesetas de 1993- y a la que Bancaja embargó hasta los retratos de sus presidentes? ¿La Unió de Periodistes Valencians, heredera (1997) del destrozo, tiene algo que decir? Dos periodistas, el desaparecido Ramón Ferrando Corell -de Prensa Ibérica- y Ximo Ferrandis, nunca reconocidos ni galardonados, recompusieron los trozos de aquel desmán con responsables. ¿Saben lo que premian?

Duelo de titanes. Desde mediados del siglo XIX hay pugna entre dos centros de poder en el Estado español: Madrid y Barcelona. La confrontación se reavivó con el fracaso de la reforma del Estatut de Catalunya en 2006-2010. Fue finalmente repudiado por el Tribunal Constitucional, de retranca política. La consecuencia para la convivencia fue el alejamiento de Catalunya del Reino de España, con el «trencament de ponts», actualmente cristalizado en el proceso soberanista. Tras el acoso y derribo del pactista Artur Mas -error mayúsculo de Mariano Rajoy- Carles Puigdemont, primero y Quim Torra, actual president de la Generalitat de Catalunya, han construido un relato con profundas raíces cívicas y culturales. Proceso que respalda la mitad del electorado catalán, desde la indignación y la ofensa, tras la suspensión de la autonomía mediante aplicación del artículo 155 de la Constitución. Sobreactuación que, aguijoneada por la corrupción, ha provocado la crisis política más sonada de la democracia con final incierto. Nunca salió gratis gobernar contra Catalunya. Es la rémora de los gobiernos del Partido Popular desde las presidencias de José María Aznar. Donde se incrementan las rigideces e intransigencias que impiden el entendimiento entre españoles y catalanes.

Sin nexo. La problemática catalana coincide con las reivindicaciones valencianas, sobre distinta base social y con diversas peculiaridades. Con la investidura de Pedro Sánchez, los valencianos comprueban que el desembarco de los socialistas en la Moncloa no se traduce en mayor sensibilidad hacia los problemas de la Comunitat Valenciana. Ni conexión ni sintonía. Ha cedido una consellera, Carmen Montón, para la cartera de Sanidad en el Gobierno socialista de diseño. De los cuatro ministros de origen valenciano, José Luis Àbalos -ministro de Fomento- se caracteriza por su desencuentro con Ximo Puig, contrincantes de partido sin deshielo. El dimitido extitular de Cultura, Màxim Huerta, aprendiz en el Ayuntamiento de Buñol y el ministro de Agricultura, Luis Planas, apóstol del campo andaluz, afectado por un sambenito administrativo. Los que ejercen no están por echar una mano y los de la cuerda floja han caído o esperan que escampe.

De poder a poder. Con lo que ha costado el despegue de la televisión valenciana À Punt, ni su influencia ni su impacto auguran un decisivo refuerzo para que los intereses valencianos se abran paso entre la España centrípeta y la periférica. El torneo se dirime en el pulso del Gobierno efectista de Sánchez y el empecinamiento del Govern catalán de Torra, nada dispuesto a ceder. Mas ya ha anunciado desde el PDeCAT, coincidiendo con el republicano Joan Tardà, que esperan las disculpas del monarca Felipe VI por su discurso tras el desastre del 1-O. La Corona, ausente, no pasa sus mejores días con el desplome de Mariano Rajoy y el encarcelamiento de Iñaki Urdangarin. El Lehendakari vasco, Íñigo Urkullu, oficia en función arbitral y el País Valenciano, sin ser histórico, ha de superar el silencio y la precariedad. Prioritario es salir del atolladero y del anonimato.