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Débil Merkel

Al redactar estas líneas, la Unión Europea había llegado a uno de esos complicados-acuerdos-de-última-hora en torno al tema clave de su última cumbre: el reto migratorio, con la creación de «plataformas voluntarias» (tanto en suelo europeo como extracontinental) para frenar la entrada de extranjeros. Pero, a diferencia de lo valorado por la opinión pública española (que, en general, aplaudió la decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de acoger a los inmigrantes del barco Aquarius), han triunfado las tesis del nuevo hombre fuerte del Gobierno italiano, el liguista Matteo Salvini. ¿Qué supone esto? Que la política de puertas abiertas y de reparto de refugiados que había defendido la canciller alemana, Angela Merkel (y que era la línea aceptada de modo general, hasta hace meses), ha terminado.

Y es que Europa ha cambiado de manera decisiva, en el último año. Y no en el sentido que deseaban las élites europeístas, cosmopolitas y partidarias de la globalización y de la libre circulación de personas. El rechazo a la llegada de inmigrantes ya no se circunscribe, solo, a países del Este con deriva iliberal (casos de Hungría o Polonia), sino que se ha extendido a Occidente, con el Gobierno derechista austríaco, el populista italiano o el cambio de posición hacia posturas restrictivas de partidos aperturistas, como los socialdemócratas daneses, por poner algunos ejemplos.

En ese sentido, una Merkel que se presentó a su última reelección para lograr un legado duradero en Europa (en materia de inmigración y de impulso del proyecto continental), aparece cada vez más débil, pese al apoyo francoespañol, que va en sentido contrario a las corrientes desatadas hace dos años, con el triunfo del brexit y del aislacionista Donald Trump, en EE UU. Pero ese es otro quebradero de cabeza de Merkel que da para más artículos.

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