*Isabel Lozano es Concejala de Igualdad i Políticas Inclusivas de València

La violencia sexual contra las mujeres ha estado presente en la relación entre los sexos a lo largo de la historia. Los hombres la han ejercido con mucha impunidad hasta hace bien poco, prácticamente hasta el siglo XX, cuando el movimiento feminista visibiliza el conflicto y empieza a reclamar los derechos sexuales de las mujeres.

Los delitos contra nuestra libertad sexual son una pandemia mundial. Pero para entender su impacto en las vidas de las mujeres no basta con cifras, como que una de cada 20 mujeres ha sido violada en Europa (9 millones en total) o que hay 1.200 denuncias por violación al año en España. Resulta complejo entender por qué un 80% de estos delitos no son denunciados por sus víctimas. Los motivos se encuentran en esa cultura de la violencia históricamente normalizada en la que la sexualidad de las mujeres ha estado vinculada al honor familiar o de la comunidad. Recordemos que hasta hace 50 años en España se «justificaba» el asesinato de la esposa si ésta había sido infiel al entender que estaba en juego el honor del esposo. Nuestra identidad como mujeres se ha construido a partir de un cuerpo-objeto sexual susceptible de ser codiciado, expoliado o explotado por otros y de esa amenaza que ha condicionado nuestra conducta desde niñas. Una gran losa sociocultural que sigue pesando y generando sentimientos de culpa, vergüenza y miedo a denunciar o a hacer pública la agresión que hemos sufrido. Nos hace incapaces, incluso, de reconocer la agresión sufrida.

Pero el silencio se ha roto. Esta pandemia, invisible y eterna, cada vez lo es menos. Existe una sensibilidad social y una atención mediática sin precedentes, fruto del trabajo incesante del feminismo que ha cristalizado en catarsis colectiva a partir de casos concretos (La Manada en España) y de iniciativas virales como el #MeToo o el #Cuéntalo. Y desde las administraciones públicas, especialmente desde los Ayuntamientos, tenemos la posibilidad de actuar con mayor eficacia a la hora de sensibilizar sobre las violencias sexuales - las que se producen en el ámbito público y festivo, pero también las que tienen lugar en el ámbito privado, familiar o laboral- y de generar un clima de apoyo social e institucional a las posibles víctimas. Todo ello redundará en prevención y también en un aumento de denuncias, como ha ocurrido en los Sanfermines en Pamplona.

Pero seamos coherentes. Si como sociedad no nos reeducamos y cuestionamos las ideologías machistas que cosifican, sexualizan y someten los cuerpos de las mujeres, que impregnan buena parte de los discursos publicitarios, culturales, de la pornografía o de la prostitución, algunos hombres continuarán interiorizando que nada puede impedirles acceder a los cuerpos de las mujeres si sienten el deseo de hacerlo.

Tras 315.000 años de evolución del homo sapiens ¿seguiremos acumulando obscenidades, tocamientos, acosos, explotación sexual, violaciones y muertes de las mujeres como si fueran el resultado inevitable de instintos sexuales masculinos incontenibles? O garantizamos la libertad sexual y la dignidad de la mitad de la especie o continuamos alimentando la barbarie.